En tardes melancólicas como esta, donde nada parece fuera de lugar y los vientos revolotean ignorados como niños en una vieja casa con más dinero que amor, me pregunto si alguna vez Heidegger leyó los textos más famosos de Adolfo Becquer, y si acaso el primero podría concederme la voluntad de ser romántico con su tesis y explicarle que cada vez que pienso en la filosofía, que cada vez que imagino ideas volando en el espacio como lo hacía quizás Platón o que cada vez que he de pensarme a mí mismo siguiendo una doctrina de ideas que forman una vida, he de pensar entonces en tí.
Si la voluntad última del poeta fuera doblegarse ante lo elemental como si fuera Anaxímenes mirando el aire, yo solo encuentro la paz cuando puedo ubicarte en mis días, y solo así puedo salir de esta burbuja con forma de ciudad a la que llaman Santiago, cuna cosmopolita de los pecados capitales que ocultan la belleza original de un valle entre erguidos cerros. Suponiendo que esta belleza oculta se presenta ante los ojos del poeta y que yo no podría ser uno si tu no estás a mi lado, he de decirle a mis maestros de décadas y siglos pasados que mi filosofía eres tú. Espero que me entiendan y den crédito a la imperiosa necesidad que tengo de hacerte mi compañera de camino, el tiempo que tú quieras, el que sea necesario para ambos.
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