Pasó
unos quince años encerrado en un hospital psiquiátrico. Ya nadie se
acordaba de él, pero en sus tiempos de juventud, era toda una super estrella de
la música. Tuvo de todas maneras la mala suerte de encontrarse en el
lugar y el tiempo equivocados, y eso ya es mucho decir. ¿De qué manera
puede un simple escritor comenzar a narrar toda una vida de un tipo con una
personalidad y genio tan extraños sin caer en el simplismo o sin hacer una
novela de quinientas páginas? Aún no lo sé, solo espero que el resultado
que iré improvisando a medida que las letras vayan apareciendo sea del agrado
de quien lo lea.
Se llamaba Ismael Hernández. Le
decían Juanito Laguna, y con ese nombre se hizo conocido en la escena musical
mundial. Resultaba que durante su infancia fue un personaje solitario y
enfermizo, por lo cual en la escuela a la que asistía, y en el barrio en el
cual creció, todos le decían “Juanito”, pues nadie conocía realmente su nombre.
A su vez, siempre se le veía tomando notas en un cuadernillo cerca de parajes
naturales. Salía de cuando en cuando de
la ciudad a hacer expediciones en bosques cercanos, pero a su vez apartados del
gentío molesto de la urbe. Casi siempre se sentaba a la sombra de gruesos
árboles a escribir mientras escuchaba el sonido de pequeños ríos que pasaban
por el lugar. Cuando llegaron empresas
extranjeras a apropiarse del agua, esas formaciones se transformaron en
embalses y pequeños lagos artificiales. El apodo de “Juanito Laguna”
nació precisamente de aquello, pues siempre se le veía en los alrededores de
aquellos lagos, escribiendo o tarareando extrañas melodías que parecían no
tener ningún sentido para quien casualmente pasara por el lugar y se encontrara
con aquella extraña escena.
Como ya dije al comienzo, pasó unos
quince años encerrado en un hospital psiquiátrico. Uno de esos días de
reclusión, uno de los neurólogos del lugar, completamente extrañado por la
actitud general del paciente, quien no hablaba con nadie y hasta parecía haber
perdido el habla, a pesar de que los escáneres e imágenes cerebrales detectaban
que no tenía ningún tipo de impedimento fisiológico o funcional para
comunicarse, decidió probar con él una terapia humanista, casi como último
recurso. Un terapeuta llegó al manicomio, y estuvo unos dos largos días
tratando de hablar con Juanito, mas al comienzo este se rehusaba a hablar. Todo indicaba que quería que lo dejaran
tranquilo, mas ni siquiera hacía pedidos de ese estilo; tan solo se quedaba en
silencio, con la mirada perdida, como registrando en su visión hasta el más mínimo
detalle de aquella celda en la cual se encontraba.
Algo había ocurrido, que lo había
dejado totalmente traumado, mas aquello era todo un enigma para la comunidad
científica. Aproximadamente a la tercera sesión, luego de un par de
preguntas dirigidas hacia la infancia del paciente, este último pronunció
débilmente una palabra.
-Gabble Ratchet.
El terapeuta a cargo de la sesión se
estremeció. Ese nombre, casi maldito en aquel entonces, no hacía más que
traerle viejos recuerdos a él mismo. Se quedó pensativo por un instante,
luego, volvió a tomar las riendas de una potencial conversación.
-¿Que pasó con Gabble Ratchet?
Hubo un silencio prolongado. El
terapeuta no sabía que decir, mas sentía que iba perdiendo la paciencia.
Experimentó una desagradable sensación de ansiedad, y es que había
encontrado una pista muy valiosa, mas tenía miedo de que el hilo conductor de
la críptica historia del paciente se le volviera a perder dentro de aquella
mente cuasi enferma.
-¿Puedes contarme? - El terapeuta
hablaba con desgano. En ese punto ya comenzaba a perder las esperanzas.
-Señor, ten piedad… - Ante el asombro
del facultativo, Juanito comenzó a cantar una canción religiosa, con voz
angelical y estremecedora. Era una escena bizarra, pero conmovedora. Y entonces, casi como si aquello fuera la
introducción para entrar a un mundo de fantasía delirante, prácticamente
afiebrada, al cántico le siguió una larga historia que Juanito narró con
parsimonia, casi como si en él no se hubiera producido nada internamente luego
de estar años sin hablar. De todas maneras, el relato tenía
características inherentemente extrañas, pues cambiaba de narrador
constantemente. A veces, Juanito se
refería a si mismo en tercera persona, e iba intercambiando aquellos roles de
narrador sin razón aparente. Comenzó,
como para no perder el hilo de la extraña situación, refiriéndose a Gabble
Ratchet, justo tal como él lo recordaba.
Yo me acuerdo de Gabble Ratchet, tal
como recuerdo que yo mismo vivía en una población de casitas apiladas unas contra
las otras. Se trataba de pura gente humilde, de esas personas que se
fueron extinguiendo con el tiempo. No
tenía amigos ni conocidos que recuerde de manera particular, mas no le guardaba
rencor a nadie. Lo que pasa es que me gustaba mucho estar solo,
principalmente porque en aquel refugio de soledad que yo mismo iba creando a mi
alrededor, podía ser yo mismo y me podía dar todos los gustos que quisiera.
Recuerdo que me encantaba escuchar vinilos en mi casa; no faltaban nunca
Pink Floyd y Los Jaivas. “Meddle”, con
ese final estremecedor que era “Echoes”, era una de las cosas más lindas que yo
experimenté en mi juventud. Luego, me llegaban vinilos de Silvio
Rodríguez o los mismos Jaivas de contrabando, pues estaban prohibidos allí por
ser “música de revolución”. A todo esto,
“Alturas de Machu Pichu” era una delicia.
El terapeuta se sorprendió a sí mismo
con los ojos desorbitados mientras sentía como un frío le recorría la espalda.
Tenía una suerte de sospecha sobre todo aquello, como si se tratara de
una historia ya conocida. Cualquiera
podría haber pensado que Juanito se desvió del tema, pues Gabble Ratchet
pareció esfumarse de la narración. Sin embargo, el terapeuta sabía que no
era así, pues presentía que la presencia de Ratchet estaba impregnada en
cada rincón de la historia, y de la misma habitación en que él se encontraba
escuchandola.
-Yo se que usted sabe - Casi como si
Juanito hubiera adivinado los pensamientos del terapeuta, dejó caer estas
palabras como anticipándose a todo - Juanito vivía en la población que Gabble
Ratchet compró a principios de los 80’. - Luego de ello, el paciente continuó
con su relato de manera lineal.
Yo nunca me fíe de ese tipo. Para
mis adentros, no era más que un “maricón sonriente”. Si, así se llamó mi
primera canción. Recuerdo que la había
escrito en forma de poema, y luego, cuando me robé mi primera guitarra, y
aprendí a duras penas ya ni me acuerdo como a tocar, le di la música y se
convirtió en el primer éxito de Juanito Laguna. Hoy en día podría volver
a cantarla, casi de memoria, pero supongo que no importa. Bueno, a lo que quiero llegar, es que yo era
el único cuerdo en la locura. Todos
veíamos a Gabble Ratchet en la televisión, era el principal rostro de la
Dictadura y del nuevo sistema, y no se porqué mierda todos lo encontraba tan
simpático, si no era más que un fanfarrón.
-Era la nueva forma de ver a un sujeto
exitoso en una sociedad cambiante - Dijo el terapeuta, y de inmediato hizo un
extraño ademán de taparse la boca, no exactamente por lo que dijo, si no por como
lo dijo. Fue algo que ni siquiera pensó o planeó decir. Tuvo
por un momento, la extraña sensación de que algo realmente extraño estaba
sucediendo en aquella habitación. Sin embargo, como no exteriorizó sus
pensamientos y se quedó en un largo e incómodo silencio, Juanito siguió con su
relato, sin prestar especial atención a lo dicho por su terapeuta.
De todas maneras, Juanito tuvo suerte.
Justo cuando la gente de la población empezó a desaparecer, y nadie se
hacía cargo de ello, se fue del lugar, aprovechándose de un cuantioso contrato
con EMI. Iba a grabar mi primer disco.
Realmente estaba sucediendo y yo no lo podía creer. Le recuerdo a todo esto, que nunca tuve
padres. Vivía con mi abuela, y ella
murió tan solo unos días después de que logré mi independencia económica.
Juanito lanzó una mirada fija e
inquietante al terapeuta, luego de un movimiento brusco. Este último lo
miró con rostro atemorizado. Juanito
había logrado su cometido; sabía que tenía el control total de la situación,
así que sin hacer más demostraciones, siguió con su relato.
Conocí a la Nicole en una tocata punk.
Yo ganaba poco, lo suficiente, pero poco. Me bastaba con seguir
haciendo música y con seguir comiendo de vez en cuando. Juanito había
partido en la escena underground más fiel de toda la ciudad. Repartiamos casetes piratas y tocábamos en
subterráneos luego de los toques de queda. Y ella,
ella me ayudaba a relajarme siempre. Si mi primer disco vino de la
furia más lúcida que existe, del ver la injusticia escupiendote en la cara, el
segundo disco vino del propio devenir de las cosas. Lo compuse luego de
varias hongos y varias sustancias más que ella siempre me proporcionaba. Recuerdo que todos los días tenía esa extraña
sensación de tener un mono en la espalda. Necesitaba mi dosis antes de
cada concierto. ¿Usted me entiende?
-Cambiaste mucho tu estilo de un disco
a otro - Dijo el terapeuta mientras se sacaba los lentes y los limpiaba, con la
cabeza baja - Sinceramente, yo solo disfruto del tercero.
-Lo se - Dijo Juanito, a la vez que le
mandaba al doctor otra mirada extraña como para seguir manteniendo una supuesta
relación asimétrica, inversa a la que se supone, debería existir en aquella
situación - Solo a gente como usted le puede gustar esa mierda. Ahora,
déjeme continuar.
Yo no produje mi tercer disco.
Estaba drogado todo el tiempo.
Solo hice las letras. Eran poesías de las cuales nadie quería
hacerse cargo; “Mamá”, que hablaba de los tiempos en que estaba enamorado de una
prostituta, “Florero de Mesa”, que hablaba de cómo un vecino que yo tuve en la
población fue torturado durante días en una mesa de una vieja casa desocupada,
o “Compite”, que básicamente trataba de todas mis pataletas en contra del
sistema en el cual estaba irremediablemente sumergido. En la EMI no
hacían más que decirme todo el tiempo que tenía que sacar material nuevo para
estar vigente. Producir y producir, nada
más. Según yo, así no funciona el arte.
Bueno, en fin… a lo que quiero llegar
es que la Nicole era mi única razón para no morirme. Miraba su rostro
angelical y decía… “bueno, supongo que debería dejar de fumar al menos por unos
cuantos días”, usted me entiende.
-Bueno, la verdad es que yo no fumo -
Dijo el terapeuta sin mirar a los ojos a Juanito, y así este último prosiguió
la narración como si nada realmente hubiera pasado.
Me gustaba mucho pensar en la muerte.
No sabía exactamente cuánto tenía que fumar para morirme, pero yo
calculaba que era mucho, mucho más de lo que lo hacía. No es que
estuviera participando en una especie de ritual de suicidio lento, sino que era
más bien que realmente me daba miedo morir, con tantas ideas inconclusas en mi
cabeza. Sin embargo, no podía dejar de fumar. Yo creía entonces que el tabaco era lo que
realmente le hacía mal a mi organismo, aunque al menos me ayudaba a
relajarme. Las drogas eran otra cosa,
nunca tuve el menor problema con ellas. Recuerdo que la Nicole siempre me
asistía. Era una verdadera experta en el
viejo arte de los pinchazos, la heroína, y encontrar la vena en el momento
justo. A Juanito simplemente le
encantaba. Con el LSD tenía viajes que
nadie en su sano juicio podría imaginar. Cosas que iban más allá de las
vulgares fantasías de un hombre común y corriente. A veces las escribía, otras veces sin
embargo, se me olvidaban y simplemente me quedaba con la ligera sensación de
que acababa de salir de un mundo improbable, pero maravilloso en todo su
esplendor.
El terapeuta ya no necesitaba escuchar
mucho más de todo aquello. Supuso que el consumo abusivo de sustancias
había terminado por enloquecer a Juanito Laguna. No había mucho misterio
en ello, al menos en la parte teórica.
La verdadera encrucijada era que no existía ningún correlato neural que
pudiera dar cuenta de un supuesto degeneramiento cerebral en el paciente.
No había nada. Sea lo que fuese,
parecía ser todo mental, casi metafísico,
como si se hubiera traumado con alguna alucinación demasiado vívida en
algún viaje.
Yo era feliz con la Nicole -
A pesar de las adelantadas conclusiones, el doctor siguió escuchando el relato
de Juanito - Era feliz con ella hasta que se la llevaron. Recuerdo que
me había inyectado un día como cualquier otro. Y entonces… de repente
escuché un estruendo, como si alguien o algo hubiera derribado la puerta de la
casa en la que ambos vivíamos. Eran los milicos. A pesar de que yo estaba muy drogado, no
tardé en darme cuenta de ello.
El doctor se fijó de que unas ligeras
lágrimas aparecían en los ojos desorbitados y particularmente rojos de Juanito,
a la par de que su voz se iba volviendo más lenta y entrecortada.
Me pegó… durante mucho tiempo aquella
vez. Estaba paralizado. No me
podía mover… y veía como se la llevaban. La manoseaban entera… a la
Nicole. Fue una mierda. Yo no podía hacer nada. No me podía
mover. Justo me estaba pegando como si
fuera lo más fuerte que me hubieran dado en la vida. Recuerdo que
salieron a la calle… y cerraron la puerta.
Y me quedé en silencio llorando… sin moverme. Estaba viendo como la realidad se desdibujaba
a mi alrededor. Creo que no era heroína.
Ni siquiera lo recuerdo muy bien.
O quizá lo fue por un momento, porque recuerdo una inyección. Sin embargo, lo que sí es cierto es que tuve
que haberla combinado con LSD, porque supuse que estaba alucinando.
Aparecieron aquellas criaturas ante mí.
Montaron un escenario lleno de colores como esos ochenteros donde me
presentaba a cantar de cuanto en cuanto.
Tenían micrófonos y luces ridículamente grandes. Entonces me cantaron su canción. Era una de las melodías más bellas que yo
había escuchado en la vida. Recuerdo que el título de la misma aparecía
en un cartel gigante… en el fondo del escenario. Decía; “JUANITO LAGUNA MUERE AL AMANECER”.
Las últimas palabras fueron
pronunciadas por el paciente con un tono de voz tan lúgubre, que al terapeuta
lo recorrió un escalofrío que lo hizo tiritar como si sufriera un pequeño
espasmo. Sabía que nada de aquello tenía sentido, mas el modo de narrar
de Juanito hacía que sus fantasías se volvieran cada vez más interesantes. Además, era un gran progreso que él hablara
tan largo y tendido. Había que seguir aprovechando la ocasión.
Yo necesitaba escapar del escenario.
Tenía miedo. Ya estaba
oscureciendo, y lo único en que realmente pensaba era en salvar a la Nicole.
No podía soportar que mientras yo estuviera ahí, paralizado por toda la
droga, a ella le estuvieran haciendo sabe Dios que cosas. Salí de la casa
y en medio de la noche vi la cordillera.
Era un espectáculo impresionante.
“Donde termina la montaña… empieza la nieve… escalar la montaña”,
pensaba yo. Estaba divagando, porque aquella visión me parecía
particularmente hipnótica. Me quedé
mirando al horizonte mucho tiempo, creo yo, hasta que vi con temor como una
nube de gas verde descendía hasta la ciudad. Dios, creo que nunca ví algo
tan terrible en la vida. La nube
avanzaba a paso lento al principio, pero cada vez que alcanzaba a alguna
persona, esta se convertía en una especie de bolsa de sangre. No sabría como describirselo, pero lo que sé
es que era horrible. Yo era el único que podía verlo. Todos morían, y a nadie parecía
importarle. Era como si la nube en sí
fuera de hecho invisible para todo el resto del mundo. Bien sabía yo que la peor situación era que
me alcanzara. Al comienzo, se trataba de
un escenario improbable, teniendo en cuenta la velocidad de la nube. Sin
embargo, pasado el tiempo, la nube, que se fue transformando más bien en una
especie de neblina, aumentó vertiginosamente la velocidad y yo no pude escapar. Me tragó y me vi a mi mismo convertido en un
extraño ser, compuesto en su totalidad de sangre y carne flácida y
podrida. No sentía dolor, pero caí
rendido en un extraño sueño. En un extraño deja vu como si estuviera
preparándome para morir.
El doctor recordó la historia clínica
de Juanito y trató de unir las piezas. En efecto, este último fue
encontrado durmiendo, con la ropa haraposa y destruida, dando espasmos como si
sufriera de convulsiones. El detalle estaba en que el reporte indicaba
que Juanito fue hallado en un paraje más bien rural, en un campo lejano a la
ciudad. Podría haber sido que hubiese
caminado sin siquiera saberlo hasta allá, mientras seguía alucinando y hubiera
caído rendido luego de todo el desgaste físico y ya pasados los principales
efectos de la droga. De todas maneras, la historia continuaba, y se
volvía cada vez más extraña.
Me daba miedo. Porque estaba
soñando y no podía despertar. Es algo que igual me sucedía muy a menudo,
y era bastante terrible de hecho. Habían noches en que soñaba que no
podía despertar, y mientras ello pasaba, sentía como si mil pulsaciones
eléctricas pasaran por todo mi cuerpo, como si estuviera encerrado dentro de mi
mismo y me estuvieran torturando a la vez. Yo le había dicho a la Nicole
alguna vez que si un día no despertaba y caía en un estado de coma, que por
favor, no dudaran en matarme, pues yo ya sabía que era lo que me esperaba.
Bueno, esa vez, cuando la neblina me
atrapó, caí en un sueño que era como volver al pasado. Estaba en una
fiesta, como a una de las que iba cuando no era aún famoso. Si, yo se que he dicho que era un tipo
solitario, pero a veces iba casi de incógnito a fiestas con el único propósito
de robar alcohol. Esa noche, la cual no podía recordar si existió alguna
vez o no, no era la excepción. Estaba yo
mirando como un grupo de adolescentes presumía en frente de unas
chiquillas. Yo los miraba con asco. Compartían cigarros con saliva, estaban muy
ebrios y ni siquiera sabían fumar bien. Creo que a pesar de todo, eran
amigos. Constituían un grupo grande, y a
pesar de que yo percibía la existencia de una especie de continua competencia
entre todos ellos, para ver quien era el más genial o algo así, eran como una
hermandad. Habían días en que pensaba
que me hubiera gustado tener un grupo así de amigos, como si fueran cosas que
valen más que el dinero. Otros días, lo encuentro un asunto demasiado
vulgar. Aquella vez, yo miraba la
situación con asco. Me obligué a mi
mismo a despertar, y lo logré aunque me costó muchísimo.
-Bien - Interrumpió el terapeuta - ¿Fue
entonces que te diste cuenta que estabas en el campo?
-Dios, no… - Respondió Juanito - Yo
seguía aún en la ciudad. No podía saber si todo aquello era real, pero le
aseguró que yo realmente supe cuando estaba en el campo. Fue mucho
después. Le juro que yo tenía
consciencia exacta de donde estaba y que hacía. Y aquella vez, luego de
despertar del sueño de la neblina, mi cuerpo se regeneró, y me vi cerca de una
piscina. Creo que era una de esas que en esos tiempos era municipal. No recuerdo ahora en que comuna estaba, pero
seguía en la ciudad, y había una piscina. Mi principal instinto entonces
fue buscar ayuda. Había gente bañándose.
-¿Puedes recordar cómo eran esas
personas? - Preguntó el doctor.
-Eran lamias - Dijo Juanito - Lo
recuerdo muy bien. Bellísimas mujeres desnudas, con cuerpo de reptil, que
nadaban allí, en plena piscina municipal, como si nada.
El doctor arqueó las cejas, pero no
emitió comentarios.
Recuerdo entonces que no tuve miedo,
después de todo no sabía que considerar real o no. Volvió a mi el
recuerdo de la Nicole y solo atiné a hacer preguntas. Que donde estoy, que si han visto a tal
persona. Las lamias me miraron largo rato, tal como si me examinaran. Yo no supe en ese momento a qué atribuir
aquello. Lo que si se y recuerdo bien,
es que yo también las miré, y a medida que iba pasando el tiempo me iba dando
cuenta que su figura me excitaba sobremanera. Como ya dije, estaban
desnudas, y además tenían cuerpos perfectos.
No se, yo no soy un tipo al cual las hormonas se le alborotan con
facilidad, pero sentía que existía una extraña magia en toda aquella escena que
la hacía particularmente sensual.
Entonces, abrí mi experiencia humana a
un sexo tan gratificante que hasta parecía irreal. Yo sabía, sin embargo,
que se trataba de un coito, mas solo al final de este, marcado por una descarga
de placer que era como una cercanía a la divinidad, me di cuenta que aquel
asunto, que empezó sin siquiera punto fijo, vaya a saber uno; besos, caricias,
rasguños, mordidas, era de hecho una experiencia ya conocida. Llegado un
momento especial, no recuerdo exactamente cual de todos, sentí dolores
punzantes que dentro de su propio contexto eran como miel agridulce. Sentía que me enterraban unos colmillos. Puedo entender que parece una situación
extraña, mas para mí era como estar a puertas de una sensación más bien
inusual; intimidad.
El doctor recordó esas extrañas marcas,
que aún en días presentes se dejaban ver en los hombros negros y en el cuello
singularmente largo de Juanito. Recordó también haber reprendido a un
colega, por supersticioso, al haber este mencionado que parecía como si al
paciente lo hubiera mordido un vampiro. ¿Qué era real y que era ficción
dentro de esa intrincada trama que parecía más bien un conjunto de delirios fúnebres
de una suerte de extraña imaginación afiebrada? El terapeuta se dio
cuenta de que Juanito se había quedado mirando hacia el infinito, sin
establecer un punto fijo de destino en sus brillantes ojos. Recuperó el habla al cabo de un minuto.
- Me dijeron algo antes de morir.
El doctor se confundió aún más que
antes. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era una suerte de comienzo de un
nuevo delirio o más bien la continuación tan sinsentido de aquél ilógico
relato? La respuesta estaba ahí mismo; Juanito relataba de hecho la
muerte de aquellas extrañas criaturas; las lamias.
…”No se bien que pasó exactamente.
Las aguas tranquilas de aquella piscina se tiñeron de vívidos colores que
mutaban en cuestión de segundos; rojo sangre primero, cuando la mía propia cayó
en siniestras gotas luego del dolor sentido en mis hombros y cuello, víctimas
del paso irrefrenable de acerados dientes de lamia. Luego, las aguas se
volvieron violáceas, cuando lamia por lamia cayeron muertas, sin mirar siquiera
el cruel rostro inexpresivo del verdugo que se ganaron. Era una criatura que no quiero ni recordar, y
que tan solo apareció por ahí para recordarme mi destino y mi sentencia. Bien sabía yo que era el asunto cada vez más
real; se acercaba con mi muerte el amanecer”...
-¿Que le dijeron las lamias antes de
morir? - Preguntó el doctor, absorto ya totalmente en el relato, sin siquiera
cuestionarse el grado de ficción o realidad de lo escuchado.
-Me ayudaron - Dijo entonces Juanito -
Me recordaron que no eran más que simples distracciones, y que la Nicole seguía
perdida. Quizás que cosas le estaban haciendo.
…”La pista era entonces, la piscina y
el mismo lugar. Ninguna institución o alcaldía se podría haber dado el
lujo tan vulgar de gastar en algo así. Me di cuenta entonces que era el
fin de un río, la primera de muchas paredes que decían “manantial”. Era
curioso, en ese momento recordé la hipnótica visión de la cordillera, y sentí
que aquel viaje que empezaba no era solo una suerte de rescate. En verdad
en una de esas la Nicole estaba bien.
Sabía yo que aquella travesía, era por mi propia vida, y sabía también
además donde pasaba un río parecido a aquel. Para llegar a la nieve,
cruzaría aquel pueblito de mi infancia.
El doctor pareció confundirse - No
entiendo… - Dijo entonces - … ¿Cómo sabía usted donde tenía que ir? ¿Tenía
siquiera una mínima noción de donde estaba en ese momento?
-Es difícil explicarlo - Dijo Juanito -
Creo que son esas particulares e inusitadas experiencias que van más allá del
lenguaje que hemos construido y de la supuesta realidad que hemos hecho propia.
Usted no estuvo ahí. Jamás podré
explicarle lo que sentía de modo que usted lo sienta de la misma manera. Tiene que seguir el hilo de la historia,
tratando de ir desprendiéndose de sí mismo, de todas sus creencias basales que
lo hacen ser lo que es. Créame que yo realmente sabía dónde estaba
y sabía también donde tenía que ir. Poseía una ligera impresión de
todo lo que estaba haciendo, mas lo que no entendía era la conmovedora escena
que supuestamente sería el fin de mi aventura.
El doctor miró a Juanito de reojo, y
por un momento, se sintió empequeñecido ante su pesada presencia, la cual fue
creciendo desde aquel momento en que no podía ni siquiera hablar, hasta que
casi de la nada tenía a través de un relato, a un académico totalmente a su
merced.
-Volví hasta los lugares comunes de mi
infancia… - Juanito continuó con su historia - … Los recuerdos que hacían eco
en mí eran como si los estuviera viviendo nuevamente en carne propia.
Una, dos, hasta quinientas veces de ser necesario. Sin embargo, el lugar donde pasé toda mi
infancia ya no era el mismo. No me
refiero a que hayan cambiado algunas cosas materiales, sino más bien a la
terrible sensación de que algo aplastó con violencia viejos retazos de una
época pasada. La “esencia” del sitio, ese concepto griego en palabras de
Heidegger, había desaparecido para siempre.
Gabble Ratchet era dueño del lugar.
El doctor se estremeció al escuchar ese
nombre. Sintió que de alguna manera, como si se tratase de un mecanismo
inconsciente, todo estaba empezando a cobrar sentido.
-¿Sabe lo que es sentir que un pedazo
de uno mismo está muerto? - Preguntó Juanito - Es incluso peor que perder un
simple recuerdo, ya que es como sentirse irreal. Es definitiva, saberse y
sentirse fuera de lugar. Entonces yo
nunca crecí en pueblo alguno pues aquel pueblo que recuerdo apenas ya no existe
más.
El terapeuta abrió los ojos a la nada.
Se encontraba conmovido, mas trataba de que Juanito no se diera cuenta.
-Aún persiguen a los asesinos de Gabble
Ratchet - Dijo Juanito, y luego se detuvo, como esperando una confirmación por
parte del doctor.
-No estoy enterado realmente - Dijo
entonces el terapeuta, y desvió la mirada como tratando de referirse lo menos
posible al tema - ¿Tú sabes… que pasó con él?
-Pues… yo lo maté.
El doctor no dijo nada. Se quedó
mirando nuevamente hacia la pared, con la mirada absorta. Se sorprendió a
si mismo rememorando su propia juventud, con su mochila llena de panfletos
adornados con frases de muerte para el dictador de la época. Recordó que
su familia se había obsesionado con la figura de Gabble Ratchet y hasta lo
seguían como ejemplo, mas él siempre lo odio profundamente pues estaba hasta el
hartazgo de verlo en todos lados. Aquel tipo era el gran producto
publicitario de la época y del sistema mismo.
Siempre exitoso, conduciendo lujosos automóviles en series de
televisión, comerciales y hasta películas.
El doctor se había sumergido en sus
propios pensamientos y recuerdos, sin pronunciar palabra alguna. Juanito
lo notó, mas siguió hablando.
…”Me encontré con Gabble Ratchet al
llegar al pueblito de mi infancia. Fue una tremenda casualidad. Estaba solo, por encima de todo, parado en
actitud altanera mirando a la planicie que era aquel pueblo, en ese momento ya
irremediablemente cambiado. Yo no le podía ver la cara al tipo, mas sabía
que era él. Lo conocía muy bien, y su
actitud era la que cabía esperarse de un sujeto así. No recuerdo sin embargo, lo que sentí al
hacerlo. Creo que veía todo como si fueran retazos de una película
antigua, donde todo se movía lento y entrecortado. Mis brazos, que sentía como si ni siquiera
fueran los míos, y solo los podía ver de reojo, se iban acercando muy de a
poco, escena a escena, hasta la figura de Ratchet. Se hizo añicos al
final del acantilado luego de que lo empujé.
¡Cuanto me reconfortó ver toda aquella sangre desparramada!”...
El doctor sintió que el rostro de
Juanito cambiaba hasta volverse irreconocible. No se trataba sin embargo,
de una suerte de fenómeno sobrenatural, sino que era más bien un simple cambio
de actitud. Era como si algo en su interior se hubiera desatado.
…”Mi error fue sentirme demasiado a
gusto con lo que hice. Recuerdo que me quedé largo rato mirando el
resultado de mi obra, y entonces los militares no tardaron en aparecer.
Yo no opuse resistencia. Me
encontraba demasiado aturdido. He de
admitir que el impacto que me produjo el haber matado a ese tipo fue tan
grande, que por un momento olvidé todo lo que se suponía era importante para
mí. Incluso me olvidé de la Nicole.
Y es que me sentía extasiado, como si fuera el ejecutor o artista tras
una verdadera obra maestra. Y entonces
recuerdo que comenzaron a ocurrir cosas muy confusas”...
El doctor miró a Juanito de reojo como
lanzando indirectamente y con la mirada una retórica interesante; “¿Enserio las
cosas podían llegar a ser incluso más confusas que todo lo relatado hasta aquel
entonces?”. Juanito continuó su relato, mas esta vez se iba deteniendo de
cuanto en cuanto pues se notaba que todo aquello estaba resultando en un
ejercicio particularmente intenso para su memoria.
…”Me llevaron a un juicio, a un juicio
militar supongo, pues se notaba una suerte de hermetismo siniestro en todo
aquello. Naturalmente, era un salón de juzgados con una arquitectura
común y corriente, mas estaba compuesto por muy poca gente, y todos aquellos
que estaban dentro vestían con hábitos extraños y usaban antifaces, excepto claro
por la gente que se encontraba en “primera fila”, por así decirlo, quienes
vestían con trajes típicamente militares. Definitivamente la escena era
como si estuviera dentro de una película de terror”...
…”Ellos sabían todo acerca de mí.
Creo recordar que de hecho, me dictaron una suerte de reseña con datos
relevante sobre mi propia vida. Tengo la sensación también de que se
trató de una audiencia larguísima, mas no es mucho lo que puedo recordar sobre
la misma. Tan solo tengo el febril recuerdo de escuchar toda mi vida en
los labios de ellos, y luego el impactarme por la delirante condena que me
impusieron aquellas mentes siniestras. Quien lo diría. Que misteriosos son los caminos de Dios. Yo que siempre odié su figura, era entonces
condenado a ser Gabble Ratchet, el nuevo Gabble
Ratchet. Maldita maquinación que era el reflejo de un sistema
inescapable. Oh, pobre de mí”...
Juanito miró entonces al doctor, como
tratando de verificar sus sospechas sobre que este último se encontraba
confundido con lo recientemente escuchado. Y en efecto, así parecía
ser. Ni más ni menos.
-Se que es difícil de entender de
buenas a primeras - Dijo Juanito - Pero es la verdad. Quien sabe cuantos
Gabble Ratchet han existido a lo largo de nuestra triste y corta historia como
país, tan llena de polarización, odio, resentimiento, y guerras civiles.
Así, Gabble Ratchet no era más que un simple invento. Una suerte de concepto o idea platónica que
hacía particularmente bien a un proyecto político bien delimitado y específico.
La persona en sí, el individuo de “carne y hueso”, por así decirlo, no
era más que un títere, y en esos momentos yo estaba siendo obligado a ser parte
de aquella macabra sucesión.
El doctor escuchaba el relato con
visible rostro de congoja mientras sus ojos parecían querer arrancarse de sus
respectivas cuencas.
…”Me explicaron cada una de las cosas
que tenía que decir, y hasta me las anotaron en unas cuantas hojas de papel
mientras cientos de rifles me apuntaban y un sinfín de polvos me maquillaban de
forma extraña. Podía ver en el espejo que estaba quedando notablemente
parecido a Gabble Ratchet. Ya no había
vuelta atrás”...
…”Y entonces, me vistieron con ropas
excéntricas y ahí deduje que me estaban preparando para un asunto realmente
grande. A su vez, todo lo que estaba planeado que yo dijera durante mi
primera aparición pública era inusitadamente delirante. No se cuanto tiempo pasó exactamente luego de
haber estado en el tribunal, mas lo cierto es que ni cuenta me di cuando me
hallé a mi mismo en una tarima al fondo de un amplio salón repleto de gente,
adornado con exóticos y desafiantes emblemas que hacían permanente referencia
al nacionalismo y demases justificaciones de guerra igualmente burdas.
…”Y por ello sentía igualadas
sensaciones de asco y temor en mi, adosadas con el frío sentir del acero de
rifles y otras armas de fuego en mi costado. Estaba simplemente obligado
a actuar si quería ahorrarme cualquier tipo de tormento en esos momentos, y la
función estaba por empezar”...
…”La guerra contra el marxismo es real
- tenía que gritar entonces - y luego seguía profiriendo más frases que ni
siquiera podía entender bien para luego terminar con más sentencias que se
quedaban grabadas con el peso del horror dentro de mi confundida consciencia, como
no se tolerará ninguna clase de desviación, ya
verán como las correcciones serán particularmente efectivas. Esto es un
llamado a la unidad nacional.”
…”Y entonces pasaron minutos, hasta
quizá horas. De todas formas, malditas y tortuosas unidades de tiempo que
no podía medir mas sentía con brutal cansancio y desánimo. No recuerdo
cuándo fue que terminó todo exactamente.
¿Como podría haberlo sabido, de hecho?
Tan solo tengo actualmente la sensación de que mis ganas de escapar de
la milicia se incrementaron exponencialmente luego de terminado ese delirante y
cruento espectáculo público. En verdad no tenía nada que perder al
intentar huír. Sentía al amanecer cerca
incluso a pesar de que no podía ver de primera fuente al cielo. Entonces, si tenía que morir, era mejor tener
que hacerlo con algo de dignidad, pensaba yo.
El potencial rescate de la Nicole se veía como un asunto ya
definitivamente muy lejano, casi utópico, así que de todas formas mi propia
conclusión sobre su supuesta inviabilidad me aliviaba un poco. Era triste
no poder volver a verla, mas no parecía haber siquiera otra opción dentro de
ese limitado mundo de posibilidades que me esperaban. Así, tenía entonces tan solo una simple
preocupación en aquel momento y de ahí en más; morir defendiendo mi
libertad. Cada vez tenía ya más asumido
el asunto de la muerte. Quizá aquel
alucinatorio vaticinio original me lo había hecho yo mismo inconscientemente
para advertirme. El constante abuso de
sustancias me estaba pasando la cuenta y al parecer yo junto a mi cuerpo lo
teníamos bastante claro. Del próximo amanecer tan solo cabía esperar la
muerte y ya no había nada más que hacer al respecto.
La puerta del salón en el cual Juanito
y su terapeuta se hallaban fue sonoramente golpeada tres veces, de forma muy
seguida. Tal pareció que la entrevista se había extendido demasiado y
hasta se había salido de control, tomando forma autónoma en sí misma. El
doctor se levantó e hizo un par de gestos al académico que se encontraba al
otro lado de la puerta. Intentaba
comunicarle que el paciente había “recuperado el habla” y que por tanto la idea
era no interrumpir la mística que se había instaurado en el sitio. A los
minutos, la quietud y la normalidad del lugar volvió y con ello el relato
siguió su curso, dadas las condiciones.
…”Tenía que encontrar el momento
adecuado para escapar. La verdad es que creo que no fue tan difícil como
hubiera creído al principio, lo que no quiere decir que fuera algo así como un
camino exento de problemas. Hice cosas que no hubiera hecho estando
lúcido, o encontrandome en otro estado que no fuera sumergido al fondo de tal
grado de desesperación fatal. Tuve que
matar. Matar gente. Personas de
carne y hueso como yo o como usted. Me
movía una extraordinaria fuerza, y no solamente de voluntad, por si se lo está
preguntando, pues también mis capacidades físicas se incrementaron.
Movido por ambas fuerzas que pertenecían por entonces al reino de los
fenómenos inexplicables y sin clasificación, me fue fácil estrangular y apuñalar
con tal de conseguir mi ansiada libertad.
Recibí también en el camino un par de disparos que, estando yo de lleno
en el estado descrito, poco o nada me afectaron, pues lo sentí apenas como
pinchazos que ni con suerte calificaban como ataques de abejas. Así que
me fuí, y si bien al principio seguía mis instintos e intuiciones del momento
como si fuera yo acaso un ratón en un laberinto de laboratorio, pasado un buen
rato me di cuenta que, por esas fortuitas casualidades de la vida, volví nuevamente
a seguir la pista del manantial que en última instancia desembocaba en aquella
suerte de piscina donde las extrañas lamias perecieron tan cerca de mi
confundido ser.
-¿Como es posible que todo eso se
hubiera dado de tal manera? - Preguntó el doctor, y en su tono de voz y
expresión facial se podía leer que ya se encontraba totalmente atrapado por
aquella historia, tanto que solo se centraba en aquellos detalles a los cuales
el propio Juanito daba énfasis, dejando pasar de forma ligera otras aristas del
relato que podrían haber estremecido fácilmente a otro oyente casual, como es
el caso, por ejemplo, de los asesinatos cometidos por el protagonista de la
aventura.
-No me crea si no quiere - Dijo
entonces Juanito en forma de respuesta agresiva - Yo podía sentir que estaba
siguiendo el camino correcto. Es una de esas sensaciones que simplemente
no se pueden explicar. Podía escuchar
voces celestiales que me instaban a llegar hasta el manantial, y a diferencia
del caso de las lamias, tenía además la certeza de que aquello no era ninguna
trampa, pues las voces se hacían cada vez más perceptibles y parecidas a las de
la Nicole, y con la Nicole no hay caso, pues es una mujer irrepetible e
inimitable. Ninguna fuerza sobrenatural, en este mundo o en cualquier otro,
me podría haber hecho dudar de su propia autenticidad.
Al doctor se le iluminaron los ojos, y
dejó sin pronunciar palabra que el relato siguiera su curso natural.
…”Después de mucho andar por cerros y
montañas, incluso después de ver la nieve entre mis manos y de contemplar a los
nenúfares ahogándose en pequeñas piletas cristalinas, encontré por fin el
manantial y la encontré también a ella. Su voz inconfundible venía y con
musicalidad divina desde un bosque que rodeaba las aguas de la montaña. Pobre de mí cuando me interné en los árboles
y no encontré a ningún humano en los alrededores. Me costó tanto entenderlo. Después de todo, era un final un poco triste.
Ella misma de hecho, en vista de mi sonora confusión, tuvo que explicarme
lo ocurrido con su majestuosa voz que parecía inundar omnipotente la totalidad
de aquel mágico valle.
…”He aquí este bosque - Dijo ella desde
algún lugar cercano - que alberga y resguarda el reposo de cientas de almas que
murieron luchando. Si el pueblo permite que la historia se olvide, o que
nuestras vivencias no se recuerden, esas mismas memorias si bien no aparecen en
los libros de Historia, son talladas a pulso en nuestros propios espacios
comunes. Ya no son estatuas o placas conmemorativas las que se alzan,
motivo de la censura, sino casas, plazas, lagos, ríos y bosques, todo lugar en
donde un acontecimiento alguna vez cobró vida, y donde el aire guarda cada
pequeño recuerdo que la boca por una u otra razón ha tenido que callar”...
Los ojos del doctor brillaban.
…”Me hablaban todos ellos; los árboles,
cada uno de los cuales era a su vez transmutación vívida de un montón de sueños
que alguna vez murieron de forma violenta. He ahí los mártires de una
filosofía reprimida. Árboles que guardan
memorias, que escuchan y que más de una vez hablan, pues la verdad siempre
encontrará un modo de hacerse presente.
El doctor recordó entonces ese inmenso
monumento que se hallaba en la entrada del cementerio de la ciudad, que rendía
honores a los ejecutados políticos durante una época particularmente oscura del
país. Imaginó luego cada uno de esos nombres, escritos en piedra, hechos
semilla al alero de un bosque. Se le
ocurrió entonces que ese sería de hecho un lugar mucho más agradable y simbólico
que un cementerio como para ir a ofrecer respetos y recordar a los difuntos.
Entonces, el rostro de Juanito se
iluminó, y sus ojos comenzaron de a poco a lagrimear. No era sin embargo,
la mirada de quien recuerda con añoranza algún hecho, sino más bien la de
alguien que da mentalmente con una conclusión impactante y conmovedora sobre
algún hecho.
-Ya casi lo había olvidado por completo
- Dijo Juanito, y por primera vez desde que había comenzado a hablar, bajó la
mirada, en un extraño ademán como si hubiera perdido el entusiasmo.
-Es bueno recordar - Dijo entonces el
doctor - A veces, nos creemos más de lo que somos realmente. Y ser
nosotros mismos sin embargo, no nos limita, sino que de hecho nos hace libres.
Fue entonces que los engranajes
comenzaron a rodar en perfecta sincronía dentro de la mente de Juanito.
Recordó su odio a Gabble Ratchet cuando este último se adueñó del pueblo
de su infancia, cuando fue sentenciado por los militares, y finalmente, dio con
los recuerdos que le hacían falta para terminar su relato.
…”El saber que al igual que yo, la
Nicole prefería morir antes que entregar su libertad, en cierto modo me
enorgullecía. Era muy triste el saber que no podría volver a sentirla
cerca mío, mas por lo simbólica que fue su muerte, supe entonces que ella
siempre encontraría la forma de hablarme de la manera que fuese. Así, la
suave melancolía del fúnebre momento final y del haber dejado el bosque atrás
me hundió en pensamientos funestos, mas aún así me di el tiempo de mirar hacia
el horizonte desde la altura en la cual me encontraba, cerca del manantial.
Ya estaba por amanecer. ¿Era buen
momento entonces para morir y dar sentido a la profecía que me habían revelado
extrañas criaturas en el sueño más profundo de mi estado alucinógeno? Quizá ya
nada me importaba realmente, y era aquél un buen final para mi historia.
Por un momento de hecho me invadió una sensación de entrega, mas no
de resignación, sino que de profunda y armoniosa paz interior.
Sin embargo, mis pensamientos fueron
interrumpidos por una extraña voz suplicante que parecía venir del arroyo más
próximo. Como dije antes, sentía que mi vida se estaba acabando, que en
efecto me quedaba poco tiempo, y aquello me producía curiosamente indiferencia
para con lo que sea que fuera a experimentar de ahí en adelante. Sentí en
ese momento incluso que si había una persona en el arroyo que necesitaba de mi
ayuda, probablemente haría mejor uso de su vida que yo mismo. No importaba realmente lo que hiciera, y aún
así, y a medida que me iba aproximando cada vez más a la voz que clamaba por
ayuda, me iba sintiendo a la vez más conforme con la propia auto percepción de
mártir que me iba forjando de mi mismo, a pesar de que no sabía con que me iba
a encontrar exactamente. Y es que ni un millón de años se me habría ocurrido
que el mundo es un tablero de ajedrez en el cual las piezas se mueven de forma
tan precisa y tan cruel. Esa persona que
gritaba desde el río era nada más y nada menos que Gabble Ratchet, y su
inusitada aparición se me antojó como si estuviera yo ad portas de una
manifestación fantasmal o más bien de una suerte de resurrección, pues su
visión no solamente se hallaba adornada con los melodiosos sonidos del caudal,
sino que también se dejaba acompañar de vistosos y armoniosos rayos de sol del
amanecer, la hora en que según Borges, el mundo se ha salvado una vez más”...
Se produjo un silencio calmo en la
sala. Juanito se quedó mirando por un rato las anotaciones del doctor,
como tratando de descifrarlas, y luego pareció percatarse de que al lado de
estas se encontraba también una carpeta con hojas que representaban una ficha
clínica.
-Entonces Gabble Ratchet, de alguna
forma, logró eludir a la muerte una vez - Dijo de pronto el doctor - Pero, ¿Le
salvó la vida o lo dejó morir?
-Usted ya lo sabe - Dijo entonces
Juanito a la vez que indicaba aquella carpeta que contenía su propia ficha
médica, y antes de seguir hablando, sonrió al ver una fotografía suya en una de
esas hojas, como si estuviera con ello redescubriendo su propio rostro.
…”Ayudé a Gabble Ratchet a escapar del
caudal del río que amenazaba con llevárselo a merced de la corriente, y cuando
lo ayudé a incorporarse, luego de alejarlo un poco más de la ribera, vi como su
rostro comenzaba a difuminarse, y entonces recién ahí comprendí la epifanía,
esa de que yo habría de morir al amanecer. Recordé todas las conexiones
de aquel sujeto con mi pueblo y con mi historia, y todo cobró sentido al
fin. Su rostro comenzó a aclararse un
poco más y al fin tuvo forma definida, aunque esta vez había cambiado. Era yo.
Siempre había sido yo. Y siempre
entonces había renegado de mí mismo. Y
bien, entiendo con ello ahora por qué estoy aquí encerrado, y puedo comprender
también que si bien aquella vez salvé mi propia vida, en efecto, y de forma
definitiva, Juanito Laguna murió en ese amanecer.
Photo by Conny Sandland
"Tekala Falls waterfall waters flow magnets for imagination"
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