A veces siento que soy algo así como un obsesivo compulsivo,
demasiado perfeccionista incluso a pesar de tener tan poco tiempo para mí
durante el día. Desde niño que soñaba
con ser escritor, y esa idea es la que me ha mantenido vivo a pesar de
todo. El problema es que por alguna
razón, nunca quedo conforme con lo que hago, y termino renegando de todo en
cuanto haya escrito alguna vez. De ahí
que piense que en mí se desarrolla un TOC.
Puede ser que las metas que me he fijado, y los ideales que trato de
seguir, son demasiado inalcanzables para mi experiencia real. Mi principal influencia al momento de
escribir es cercana y lejana a la vez; mi abuela, mujer de campo, humilde,
trabajadora, que escribió poesía acerca de su propia experiencia de vida, reflejando
la crudeza de la vida rural, y todas las situaciones dramáticas con las que
tuvo que lidiar debido a su nada privilegiada posición social; ser mujer, ser
pobre, y aparte ser marginal, además de otros aspectos nada lindos acerca de su
historia familiar. Nunca la conocí, en
ningún momento pude hablar con ella a través de medio alguno. Murió en trágicas circunstancias antes
siquiera de que yo hubiese nacido. Sin
embargo, me dejó como herencia varios de sus escritos, y con ellos puedo
hacerme una valiosa idea de quien fue y hasta alcanza para inferir por qué me
llegó a influenciar tanto a través de su palabra; su manera de pensar,
romántica, apasionada e idealista, es capaz de hacer resonar el alma de
cualquier persona que acostumbre a soñar despierta la mayor parte del día.
No provengo de una familia con muchos recursos, de ahí que
luego de salir del colegio no haya podido continuar con mis estudios en la
universidad o en un instituto técnico.
Habría sido un sacrificio demasiado grande para mis padres, y ni
siquiera mi propio tiempo me dejaba hacerlo, pues yo también trabajaba toda la
semana para aportar en algo a la economía familiar. Estando en el colegio, estudiaba apenas y no
tenía nada de vida social, ya que todo mi tiempo se consumía entre el trabajo e
ir al colegio, al cual faltaba bastante precisamente por este conflicto entre
obligaciones. Al salir de cuarto medio,
el tiempo para dedicar al trabajo había aumentado, y con ello pude seguir una
carrera como ayudante en la construcción que ya me había acogido durante casi
toda mi vida, aunque seguiría trabajando sin contrato. Al morirse mis padres, pude sobrevivir por
mis propios medios, a pesar de las constantes carencias, y si bien tenía cada vez
menos tiempo para pensar o para escribir, la constante presencia de ideas e
historias que podía ir desarrollando en un futuro, se transformaban en un fuego
que me mantenía proactivo, con ganas de seguir viviendo.
Como llevaba tanto tiempo trabajando en el mismo lugar, tenía
una buena relación con mucha gente de ahí, incluso con la jefatura y los altos
mandos. Habían años en que me daban unos
cuantos días de vacaciones excepcionales.
Era poco, pero yo lo agradecía muchísimo, pues me servía para alejarme y
comenzar a dar rienda suelta a mis ideas nuevamente. Recuerdo que justamente en un periodo de cortas
vacaciones, estuve leyendo unos cuantos libros que pretendían servir de
orientación para personas que quisieran comenzar a escribir poesía. En algunos de estos textos, se repetía
constantemente la idea de ir desarrollando conceptos y tramas que surgieran de
la propia experiencia cotidiana, lo cual yo relacionaba a su vez con todo lo
escrito por mi abuela, que parecía haberse construido precisamente de esa
manera. Era interesante pensarlo; como
poeta, también tenía que ser un artista de la vida, observador, minucioso,
detallista. El problema estaba en que la
cotidianeidad no siempre era enriquecedora para todas las personas.
¿Cómo mierda podía escribir yo en base a mi propia
experiencia si no vivía más que para trabajar? Traté de darle vueltas más profundas
al asunto, pensando quizá en mis compañeros de la construcción, recordando a mi
familia, pero todo eso ya había quedado atrás; los recuerdos familiares eran
difusos y la vida en la construcción se volvía cada vez más monótona a medida
que pasaba el tiempo. Los y las amigas
de la infancia también se difuminaban, y traer recuerdos inconclusos e
inexactos al presente no tenía sentido; se me hacían tan ajenos que era
imposible reconstruirlos desde cualquier ángulo. Hasta ese momento no me había percatado de lo
enojado que estaba, conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba, por permitir
que yo estuviera viviendo así; precisamente como nunca quise estar. Solo, aislado, sin ideas, y en definitiva;
sin vida. Tan sólo contaba con unos pocos papeles ganados en labores extenuantes, que cambiaba por comida a
diario y así se me iba la existencia.
De todas maneras, hice caso a mi instinto, y antes de volver
a la rutina del trabajo, quise dejar constancia de lo que para mí, significó en
ese momento escribir de la experiencia.
He aquí; El “Tractatus”
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