domingo, 23 de septiembre de 2018

Cómo Escribir de la Experiencia


A veces siento que soy algo así como un obsesivo compulsivo, demasiado perfeccionista incluso a pesar de tener tan poco tiempo para mí durante el día.  Desde niño que soñaba con ser escritor, y esa idea es la que me ha mantenido vivo a pesar de todo.  El problema es que por alguna razón, nunca quedo conforme con lo que hago, y termino renegando de todo en cuanto haya escrito alguna vez.  De ahí que piense que en mí se desarrolla un TOC.  Puede ser que las metas que me he fijado, y los ideales que trato de seguir, son demasiado inalcanzables para mi experiencia real.  Mi principal influencia al momento de escribir es cercana y lejana a la vez; mi abuela, mujer de campo, humilde, trabajadora, que escribió poesía acerca de su propia experiencia de vida, reflejando la crudeza de la vida rural, y todas las situaciones dramáticas con las que tuvo que lidiar debido a su nada privilegiada posición social; ser mujer, ser pobre, y aparte ser marginal, además de otros aspectos nada lindos acerca de su historia familiar.  Nunca la conocí, en ningún momento pude hablar con ella a través de medio alguno.  Murió en trágicas circunstancias antes siquiera de que yo hubiese nacido.  Sin embargo, me dejó como herencia varios de sus escritos, y con ellos puedo hacerme una valiosa idea de quien fue y hasta alcanza para inferir por qué me llegó a influenciar tanto a través de su palabra; su manera de pensar, romántica, apasionada e idealista, es capaz de hacer resonar el alma de cualquier persona que acostumbre a soñar despierta la mayor parte del día. 

No provengo de una familia con muchos recursos, de ahí que luego de salir del colegio no haya podido continuar con mis estudios en la universidad o en un instituto técnico.  Habría sido un sacrificio demasiado grande para mis padres, y ni siquiera mi propio tiempo me dejaba hacerlo, pues yo también trabajaba toda la semana para aportar en algo a la economía familiar.   Estando en el colegio, estudiaba apenas y no tenía nada de vida social, ya que todo mi tiempo se consumía entre el trabajo e ir al colegio, al cual faltaba bastante precisamente por este conflicto entre obligaciones.  Al salir de cuarto medio, el tiempo para dedicar al trabajo había aumentado, y con ello pude seguir una carrera como ayudante en la construcción que ya me había acogido durante casi toda mi vida, aunque seguiría trabajando sin contrato.  Al morirse mis padres, pude sobrevivir por mis propios medios, a pesar de las constantes carencias, y si bien tenía cada vez menos tiempo para pensar o para escribir, la constante presencia de ideas e historias que podía ir desarrollando en un futuro, se transformaban en un fuego que me mantenía proactivo, con ganas de seguir viviendo. 

Como llevaba tanto tiempo trabajando en el mismo lugar, tenía una buena relación con mucha gente de ahí, incluso con la jefatura y los altos mandos.  Habían años en que me daban unos cuantos días de vacaciones excepcionales.  Era poco, pero yo lo agradecía muchísimo, pues me servía para alejarme y comenzar a dar rienda suelta a mis ideas nuevamente.   Recuerdo que justamente en un periodo de cortas vacaciones, estuve leyendo unos cuantos libros que pretendían servir de orientación para personas que quisieran comenzar a escribir poesía.  En algunos de estos textos, se repetía constantemente la idea de ir desarrollando conceptos y tramas que surgieran de la propia experiencia cotidiana, lo cual yo relacionaba a su vez con todo lo escrito por mi abuela, que parecía haberse construido precisamente de esa manera.  Era interesante pensarlo; como poeta, también tenía que ser un artista de la vida, observador, minucioso, detallista.  El problema estaba en que la cotidianeidad no siempre era enriquecedora para todas las personas.

¿Cómo mierda podía escribir yo en base a mi propia experiencia si no vivía más que para trabajar? Traté de darle vueltas más profundas al asunto, pensando quizá en mis compañeros de la construcción, recordando a mi familia, pero todo eso ya había quedado atrás; los recuerdos familiares eran difusos y la vida en la construcción se volvía cada vez más monótona a medida que pasaba el tiempo.  Los y las amigas de la infancia también se difuminaban, y traer recuerdos inconclusos e inexactos al presente no tenía sentido; se me hacían tan ajenos que era imposible reconstruirlos desde cualquier ángulo.   Hasta ese momento no me había percatado de lo enojado que estaba, conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba, por permitir que yo estuviera viviendo así; precisamente como nunca quise estar.  Solo, aislado, sin ideas, y en definitiva; sin vida.  Tan sólo contaba con unos pocos papeles ganados en labores extenuantes, que cambiaba por comida a diario y así se me iba la existencia.

De todas maneras, hice caso a mi instinto, y antes de volver a la rutina del trabajo, quise dejar constancia de lo que para mí, significó en ese momento escribir de la experiencia.  He aquí; El “Tractatus”


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