martes, 21 de agosto de 2018

...Y Entonces es Lunes Otra Vez...


Me despierto.  Fueron solo dos segundos.  Dos segundos a dos miliamperios.  Solo esa intensidad, durante ese tiempo justo, fue necesaria para abrir mis ojos.   Todos los días es lo mismo a calco; la pequeña descarga eléctrica ya no me toma de sorpresa, y ahora hasta la siento con relajo.  A menudo me llega a hacer cosquillas, y es un momento preciado cuando me doy cuenta de que es una de las pocas instancias diarias en que cambio de expresión facial.

Dejo el asunto de la alarma y el despertador para irme a la cocina.  Son diez minutos exactos de merienda.  Apenas tomo el pan, las pantallas se encienden al unísono; “El Clima.  Repeticiones de la noche anterior.   Comerciales.   Disparan a alguien en la calle.   Comerciales.   Disparan a dos personas en la calle.   Adelantos de la noche que se acerca.  Comerciales.   Disparan, pero de otra forma; algún personaje famoso se suicidó en su mansión”.   El diario contiene lo mismo, pero con comentarios intelectualistas de dudosa procedencia.  Para mi suerte, la entrada ya está lista.  Al cruzar por el umbral circular de vidrio, la luz me llega de todos lados y embota cada uno de mis sentidos durante un parpadear.   El aparato me ha transportado hacia la estación común.  Me aguardan cuarenta minutos de lenta espera, donde no puedo ni pensar ni moverme.  Mi sola presencia llega a invadir el espacio personal de al menos cuatro personas a mi alrededor, y a su vez cada una de ellas invade el espacio de algún otro, conformándose un opresivo e incómodo efecto dominó, con piezas de cardumen humano.  La corriente del pensamiento igualmente se me atrofia pues vuelvo a escuchar fonemas digitales, voces que vienen de una pantalla; “Otra tragedia griega en una mansión.  Se robaron el auto y asaltaron a la familia.  Comerciales.  Nueva versión de esa canción que habla sobre amor, ahora en un nuevo formato de minuto y medio.  Mas comerciales.  La próxima gran entrada con destino a… estará lista en unos diez minutos”.   Pocas personas caben en una de esas.  Al final tenemos que esperar el triple como mínimo, mientras todo nuestro cuerpo lo sufre; desde las piernas hasta los oídos, casi que sangrando por el bullicio del ganado reunido y de los altavoces que anuncian ofertas. 

Recién logro pasar hacia una entrada transportadora la cuarta vez que una de estas se hace presente en la estación, al menos durante el tiempo que pasé allí desde que salí de mi departamento.  Son las diez de la mañana en punto; y la nueva parada es este laberinto de cuadrados unipersonales, estos patéticos intentos de oficina, en los cuales me siento y permanezco en la misma posición hora tras hora sin cesar, horas que a medida que pasan se vuelven más eternas.  El flujo de la información se acorta y me siento tan poco estimulado que hasta podría pensar.  Pero no; el calor que se abre paso por entre las fisuras de las puertas de la habitación laberíntica, donde el clima es sofocante pero no tanto como lo que se puede llegar a sentir en las calles, calles que por esta razón se encuentran abarrotadas de autos y completamente despojadas de personas o animales no microscópicos, no me deja pensar.  Por estos efectos climáticos la calma no existe, y mis pensamientos no pueden organizarse; que las calles, que el sol, que la guerra, que la paz, que el calor, que el lunes.  Me sorprendo a mi mismo pensando en el fin de semana.

¿Saben que pasa durante el fin de semana? Tomo más entradas transportadoras que en un día normal, y con ello llego mucho más cansado que lo habitual a la casa de algún amigo.  Le hago algún comentario gracioso.  En verdad no soy muy bueno con los chistes.  Él a su vez me habla de algún libro, y yo le respondo tarareándole el coro de la-nueva-versión-de-esa-canción-que-habla-sobre-amor-ahora-en-un-nuevo-formato-de-minuto-y-medio.  Él y yo tuvimos la suerte de compartir varios espacios en nuestra infancia antes de que el mundo llegara a cambiar de forma tan abrupta.   Ahora él tiene tiempo de leer libros, mientras yo ni siquiera me puedo tomar el tiempo necesario para pensar.
Al despedirme de él me sumerjo en una nueva unidad transportadora.  Y entonces es lunes otra vez…

Texto por Sergio Leyton Soto
Imagen por Andy Maguire
Creative Commons 

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