domingo, 23 de septiembre de 2018

Cómo Escribir de la Experiencia


A veces siento que soy algo así como un obsesivo compulsivo, demasiado perfeccionista incluso a pesar de tener tan poco tiempo para mí durante el día.  Desde niño que soñaba con ser escritor, y esa idea es la que me ha mantenido vivo a pesar de todo.  El problema es que por alguna razón, nunca quedo conforme con lo que hago, y termino renegando de todo en cuanto haya escrito alguna vez.  De ahí que piense que en mí se desarrolla un TOC.  Puede ser que las metas que me he fijado, y los ideales que trato de seguir, son demasiado inalcanzables para mi experiencia real.  Mi principal influencia al momento de escribir es cercana y lejana a la vez; mi abuela, mujer de campo, humilde, trabajadora, que escribió poesía acerca de su propia experiencia de vida, reflejando la crudeza de la vida rural, y todas las situaciones dramáticas con las que tuvo que lidiar debido a su nada privilegiada posición social; ser mujer, ser pobre, y aparte ser marginal, además de otros aspectos nada lindos acerca de su historia familiar.  Nunca la conocí, en ningún momento pude hablar con ella a través de medio alguno.  Murió en trágicas circunstancias antes siquiera de que yo hubiese nacido.  Sin embargo, me dejó como herencia varios de sus escritos, y con ellos puedo hacerme una valiosa idea de quien fue y hasta alcanza para inferir por qué me llegó a influenciar tanto a través de su palabra; su manera de pensar, romántica, apasionada e idealista, es capaz de hacer resonar el alma de cualquier persona que acostumbre a soñar despierta la mayor parte del día. 

No provengo de una familia con muchos recursos, de ahí que luego de salir del colegio no haya podido continuar con mis estudios en la universidad o en un instituto técnico.  Habría sido un sacrificio demasiado grande para mis padres, y ni siquiera mi propio tiempo me dejaba hacerlo, pues yo también trabajaba toda la semana para aportar en algo a la economía familiar.   Estando en el colegio, estudiaba apenas y no tenía nada de vida social, ya que todo mi tiempo se consumía entre el trabajo e ir al colegio, al cual faltaba bastante precisamente por este conflicto entre obligaciones.  Al salir de cuarto medio, el tiempo para dedicar al trabajo había aumentado, y con ello pude seguir una carrera como ayudante en la construcción que ya me había acogido durante casi toda mi vida, aunque seguiría trabajando sin contrato.  Al morirse mis padres, pude sobrevivir por mis propios medios, a pesar de las constantes carencias, y si bien tenía cada vez menos tiempo para pensar o para escribir, la constante presencia de ideas e historias que podía ir desarrollando en un futuro, se transformaban en un fuego que me mantenía proactivo, con ganas de seguir viviendo. 

Como llevaba tanto tiempo trabajando en el mismo lugar, tenía una buena relación con mucha gente de ahí, incluso con la jefatura y los altos mandos.  Habían años en que me daban unos cuantos días de vacaciones excepcionales.  Era poco, pero yo lo agradecía muchísimo, pues me servía para alejarme y comenzar a dar rienda suelta a mis ideas nuevamente.   Recuerdo que justamente en un periodo de cortas vacaciones, estuve leyendo unos cuantos libros que pretendían servir de orientación para personas que quisieran comenzar a escribir poesía.  En algunos de estos textos, se repetía constantemente la idea de ir desarrollando conceptos y tramas que surgieran de la propia experiencia cotidiana, lo cual yo relacionaba a su vez con todo lo escrito por mi abuela, que parecía haberse construido precisamente de esa manera.  Era interesante pensarlo; como poeta, también tenía que ser un artista de la vida, observador, minucioso, detallista.  El problema estaba en que la cotidianeidad no siempre era enriquecedora para todas las personas.

¿Cómo mierda podía escribir yo en base a mi propia experiencia si no vivía más que para trabajar? Traté de darle vueltas más profundas al asunto, pensando quizá en mis compañeros de la construcción, recordando a mi familia, pero todo eso ya había quedado atrás; los recuerdos familiares eran difusos y la vida en la construcción se volvía cada vez más monótona a medida que pasaba el tiempo.  Los y las amigas de la infancia también se difuminaban, y traer recuerdos inconclusos e inexactos al presente no tenía sentido; se me hacían tan ajenos que era imposible reconstruirlos desde cualquier ángulo.   Hasta ese momento no me había percatado de lo enojado que estaba, conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba, por permitir que yo estuviera viviendo así; precisamente como nunca quise estar.  Solo, aislado, sin ideas, y en definitiva; sin vida.  Tan sólo contaba con unos pocos papeles ganados en labores extenuantes, que cambiaba por comida a diario y así se me iba la existencia.

De todas maneras, hice caso a mi instinto, y antes de volver a la rutina del trabajo, quise dejar constancia de lo que para mí, significó en ese momento escribir de la experiencia.  He aquí; El “Tractatus”


miércoles, 19 de septiembre de 2018

Juanito Laguna Muere al Amanecer


Pasó unos quince años encerrado en un hospital psiquiátrico.  Ya nadie se acordaba de él, pero en sus tiempos de juventud, era toda una super estrella de la música.  Tuvo de todas maneras la mala suerte de encontrarse en el lugar y el tiempo equivocados, y eso ya es mucho decir.  ¿De qué manera puede un simple escritor comenzar a narrar toda una vida de un tipo con una personalidad y genio tan extraños sin caer en el simplismo o sin hacer una novela de quinientas páginas?  Aún no lo sé, solo espero que el resultado que iré improvisando a medida que las letras vayan apareciendo sea del agrado de quien lo lea. 

Se llamaba Ismael Hernández.  Le decían Juanito Laguna, y con ese nombre se hizo conocido en la escena musical mundial.  Resultaba que durante su infancia fue un personaje solitario y enfermizo, por lo cual en la escuela a la que asistía, y en el barrio en el cual creció, todos le decían “Juanito”, pues nadie conocía realmente su nombre.  A su vez, siempre se le veía tomando notas en un cuadernillo cerca de parajes naturales.  Salía de cuando en cuando de la ciudad a hacer expediciones en bosques cercanos, pero a su vez apartados del gentío molesto de la urbe.  Casi siempre se sentaba a la sombra de gruesos árboles a escribir mientras escuchaba el sonido de pequeños ríos que pasaban por el lugar.  Cuando llegaron empresas extranjeras a apropiarse del agua, esas formaciones se transformaron en embalses y pequeños lagos artificiales.  El apodo de “Juanito Laguna” nació precisamente de aquello, pues siempre se le veía en los alrededores de aquellos lagos, escribiendo o tarareando extrañas melodías que parecían no tener ningún sentido para quien casualmente pasara por el lugar y se encontrara con aquella extraña escena.

Como ya dije al comienzo, pasó unos quince años encerrado en un hospital psiquiátrico.  Uno de esos días de reclusión, uno de los neurólogos del lugar, completamente extrañado por la actitud general del paciente, quien no hablaba con nadie y hasta parecía haber perdido el habla, a pesar de que los escáneres e imágenes cerebrales detectaban que no tenía ningún tipo de impedimento fisiológico o funcional para comunicarse, decidió probar con él una terapia humanista, casi como último recurso.  Un terapeuta llegó al manicomio, y estuvo unos dos largos días tratando de hablar con Juanito, mas al comienzo este se rehusaba a hablar.  Todo indicaba que quería que lo dejaran tranquilo, mas ni siquiera hacía pedidos de ese estilo; tan solo se quedaba en silencio, con la mirada perdida, como registrando en su visión hasta el más mínimo detalle de aquella celda en la cual se encontraba.
Algo había ocurrido, que lo había dejado totalmente traumado, mas aquello era todo un enigma para la comunidad científica.  Aproximadamente a la tercera sesión, luego de un par de preguntas dirigidas hacia la infancia del paciente, este último pronunció débilmente una palabra.

-Gabble Ratchet.

El terapeuta a cargo de la sesión se estremeció.  Ese nombre, casi maldito en aquel entonces, no hacía más que traerle viejos recuerdos a él mismo.  Se quedó pensativo por un instante, luego, volvió a tomar las riendas de una potencial conversación.

-¿Que pasó con Gabble Ratchet?

Hubo un silencio prolongado.  El terapeuta no sabía que decir, mas sentía que iba perdiendo la paciencia.  Experimentó una desagradable sensación de ansiedad, y es que había encontrado una pista muy valiosa, mas tenía miedo de que el hilo conductor de la críptica historia del paciente se le volviera a perder dentro de aquella mente cuasi enferma.

-¿Puedes contarme? - El terapeuta hablaba con desgano.  En ese punto ya comenzaba a perder las esperanzas.

-Señor, ten piedad… - Ante el asombro del facultativo, Juanito comenzó a cantar una canción religiosa, con voz angelical y estremecedora.  Era una escena bizarra, pero conmovedora.  Y entonces, casi como si aquello fuera la introducción para entrar a un mundo de fantasía delirante, prácticamente afiebrada, al cántico le siguió una larga historia que Juanito narró con parsimonia, casi como si en él no se hubiera producido nada internamente luego de estar años sin hablar.  De todas maneras, el relato tenía características inherentemente extrañas, pues cambiaba de narrador constantemente.  A veces, Juanito se refería a si mismo en tercera persona, e iba intercambiando aquellos roles de narrador sin razón aparente.  Comenzó, como para no perder el hilo de la extraña situación, refiriéndose a Gabble Ratchet, justo tal como él lo recordaba.

Yo me acuerdo de Gabble Ratchet, tal como recuerdo que yo mismo vivía en una población de casitas apiladas unas contra las otras.  Se trataba de pura gente humilde, de esas personas que se fueron extinguiendo con el tiempo.  No tenía amigos ni conocidos que recuerde de manera particular, mas no le guardaba rencor a nadie.  Lo que pasa es que me gustaba mucho estar solo, principalmente porque en aquel refugio de soledad que yo mismo iba creando a mi alrededor, podía ser yo mismo y me podía dar todos los gustos que quisiera.  Recuerdo que me encantaba escuchar vinilos en mi casa; no faltaban nunca Pink Floyd y Los Jaivas.  “Meddle”, con ese final estremecedor que era “Echoes”, era una de las cosas más lindas que yo experimenté en mi juventud.  Luego, me llegaban vinilos de Silvio Rodríguez o los mismos Jaivas de contrabando, pues estaban prohibidos allí por ser “música de revolución”.  A todo esto, “Alturas de Machu Pichu” era una delicia.

El terapeuta se sorprendió a sí mismo con los ojos desorbitados mientras sentía como un frío le recorría la espalda.  Tenía una suerte de sospecha sobre todo aquello, como si se tratara de una historia ya conocida.  Cualquiera podría haber pensado que Juanito se desvió del tema, pues Gabble Ratchet pareció esfumarse de la narración.  Sin embargo, el terapeuta sabía que no era así, pues presentía que la presencia de Ratchet estaba impregnada en cada rincón de la historia, y de la misma habitación en que él se encontraba escuchandola.

-Yo se que usted sabe - Casi como si Juanito hubiera adivinado los pensamientos del terapeuta, dejó caer estas palabras como anticipándose a todo - Juanito vivía en la población que Gabble Ratchet compró a principios de los 80’. - Luego de ello, el paciente continuó con su relato de manera lineal.

Yo nunca me fíe de ese tipo.  Para mis adentros, no era más que un “maricón sonriente”.  Si, así se llamó mi primera canción.  Recuerdo que la había escrito en forma de poema, y luego, cuando me robé mi primera guitarra, y aprendí a duras penas ya ni me acuerdo como a tocar, le di la música y se convirtió en el primer éxito de Juanito Laguna.  Hoy en día podría volver a cantarla, casi de memoria, pero supongo que no importa.  Bueno, a lo que quiero llegar, es que yo era el único cuerdo en la locura.  Todos veíamos a Gabble Ratchet en la televisión, era el principal rostro de la Dictadura y del nuevo sistema, y no se porqué mierda todos lo encontraba tan simpático, si no era más que un fanfarrón.

-Era la nueva forma de ver a un sujeto exitoso en una sociedad cambiante - Dijo el terapeuta, y de inmediato hizo un extraño ademán de taparse la boca, no exactamente por lo que dijo, si no por como lo dijo.  Fue algo que ni siquiera pensó o planeó decir.  Tuvo por un momento, la extraña sensación de que algo realmente extraño estaba sucediendo en aquella habitación.  Sin embargo, como no exteriorizó sus pensamientos y se quedó en un largo e incómodo silencio, Juanito siguió con su relato, sin prestar especial atención a lo dicho por su terapeuta.  

De todas maneras, Juanito tuvo suerte.  Justo cuando la gente de la población empezó a desaparecer, y nadie se hacía cargo de ello, se fue del lugar, aprovechándose de un cuantioso contrato con EMI.  Iba a grabar mi primer disco.  Realmente estaba sucediendo y yo no lo podía creer.  Le recuerdo a todo esto, que nunca tuve padres.  Vivía con mi abuela, y ella murió tan solo unos días después de que logré mi independencia económica.

Juanito lanzó una mirada fija e inquietante al terapeuta, luego de un movimiento brusco.  Este último lo miró con rostro atemorizado.  Juanito había logrado su cometido; sabía que tenía el control total de la situación, así que sin hacer más demostraciones, siguió con su relato.

Conocí a la Nicole en una tocata punk.  Yo ganaba poco, lo suficiente, pero poco.  Me bastaba con seguir haciendo música y con seguir comiendo de vez en cuando.  Juanito había partido en la escena underground más fiel de toda la ciudad.  Repartiamos casetes piratas y tocábamos en subterráneos luego de los toques de queda.  Y ella, ella me ayudaba a relajarme siempre.  Si mi primer disco vino de la furia más lúcida que existe, del ver la injusticia escupiendote en la cara, el segundo disco vino del propio devenir de las cosas.  Lo compuse luego de varias hongos y varias sustancias más que ella siempre me proporcionaba.  Recuerdo que todos los días tenía esa extraña sensación de tener un mono en la espalda.  Necesitaba mi dosis antes de cada concierto.  ¿Usted me entiende?

-Cambiaste mucho tu estilo de un disco a otro - Dijo el terapeuta mientras se sacaba los lentes y los limpiaba, con la cabeza baja - Sinceramente, yo solo disfruto del tercero.

-Lo se - Dijo Juanito, a la vez que le mandaba al doctor otra mirada extraña como para seguir manteniendo una supuesta relación asimétrica, inversa a la que se supone, debería existir en aquella situación - Solo a gente como usted le puede gustar esa mierda.  Ahora, déjeme continuar.

Yo no produje mi tercer disco.  Estaba drogado todo el tiempo.  Solo hice las letras.  Eran poesías de las cuales nadie quería hacerse cargo; “Mamá”, que hablaba de los tiempos en que estaba enamorado de una prostituta, “Florero de Mesa”, que hablaba de cómo un vecino que yo tuve en la población fue torturado durante días en una mesa de una vieja casa desocupada, o “Compite”, que básicamente trataba de todas mis pataletas en contra del sistema en el cual estaba irremediablemente sumergido.  En la EMI no hacían más que decirme todo el tiempo que tenía que sacar material nuevo para estar vigente.  Producir y producir, nada más.  Según yo, así no funciona el arte.
Bueno, en fin… a lo que quiero llegar es que la Nicole era mi única razón para no morirme.  Miraba su rostro angelical y decía… “bueno, supongo que debería dejar de fumar al menos por unos cuantos días”, usted me entiende.

-Bueno, la verdad es que yo no fumo - Dijo el terapeuta sin mirar a los ojos a Juanito, y así este último prosiguió la narración como si nada realmente hubiera pasado.

Me gustaba mucho pensar en la muerte.  No sabía exactamente cuánto tenía que fumar para morirme, pero yo calculaba que era mucho, mucho más de lo que lo hacía.  No es que estuviera participando en una especie de ritual de suicidio lento, sino que era más bien que realmente me daba miedo morir, con tantas ideas inconclusas en mi cabeza.  Sin embargo, no podía dejar de fumar.  Yo creía entonces que el tabaco era lo que realmente le hacía mal a mi organismo, aunque al menos me ayudaba a relajarme.  Las drogas eran otra cosa, nunca tuve el menor problema con ellas.  Recuerdo que la Nicole siempre me asistía.  Era una verdadera experta en el viejo arte de los pinchazos, la heroína, y encontrar la vena en el momento justo.  A Juanito simplemente le encantaba.  Con el LSD tenía viajes que nadie en su sano juicio podría imaginar.  Cosas que iban más allá de las vulgares fantasías de un hombre común y corriente.  A veces las escribía, otras veces sin embargo, se me olvidaban y simplemente me quedaba con la ligera sensación de que acababa de salir de un mundo improbable, pero maravilloso en todo su esplendor.  

El terapeuta ya no necesitaba escuchar mucho más de todo aquello.  Supuso que el consumo abusivo de sustancias había terminado por enloquecer a Juanito Laguna.  No había mucho misterio en ello, al menos en la parte teórica.  La verdadera encrucijada era que no existía ningún correlato neural que pudiera dar cuenta de un supuesto degeneramiento cerebral en el paciente.  No había nada.  Sea lo que fuese, parecía ser todo mental, casi metafísico,  como si se hubiera traumado con alguna alucinación demasiado vívida en algún viaje.

Yo era feliz con la Nicole - A pesar de las adelantadas conclusiones, el doctor siguió escuchando el relato de Juanito - Era feliz con ella hasta que se la llevaron.  Recuerdo que me había inyectado un día como cualquier otro.  Y entonces… de repente escuché un estruendo, como si alguien o algo hubiera derribado la puerta de la casa en la que ambos vivíamos.  Eran los milicos.  A pesar de que yo estaba muy drogado, no tardé en darme cuenta de ello.

El doctor se fijó de que unas ligeras lágrimas aparecían en los ojos desorbitados y particularmente rojos de Juanito, a la par de que su voz se iba volviendo más lenta y entrecortada.
Me pegó… durante mucho tiempo aquella vez.  Estaba paralizado.  No me podía mover… y veía como se la llevaban.  La manoseaban entera… a la Nicole.  Fue una mierda.  Yo no podía hacer nada.  No me podía mover.  Justo me estaba pegando como si fuera lo más fuerte que me hubieran dado en la vida.  Recuerdo que salieron a la calle… y cerraron la puerta.  Y me quedé en silencio llorando… sin moverme.  Estaba viendo como la realidad se desdibujaba a mi alrededor.  Creo que no era heroína.  Ni siquiera lo recuerdo muy bien.  O quizá lo fue por un momento, porque recuerdo una inyección.  Sin embargo, lo que sí es cierto es que tuve que haberla combinado con LSD, porque supuse que estaba alucinando.  Aparecieron aquellas criaturas ante mí.  Montaron un escenario lleno de colores como esos ochenteros donde me presentaba a cantar de cuanto en cuanto.  Tenían micrófonos y luces ridículamente grandes.  Entonces me cantaron su canción.  Era una de las melodías más bellas que yo había escuchado en la vida.  Recuerdo que el título de la misma aparecía en un cartel gigante… en el fondo del escenario.  Decía; “JUANITO LAGUNA MUERE AL AMANECER”.

Las últimas palabras fueron pronunciadas por el paciente con un tono de voz tan lúgubre, que al terapeuta lo recorrió un escalofrío que lo hizo tiritar como si sufriera un pequeño espasmo.  Sabía que nada de aquello tenía sentido, mas el modo de narrar de Juanito hacía que sus fantasías se volvieran cada vez más interesantes.  Además, era un gran progreso que él hablara tan largo y tendido.  Había que seguir aprovechando la ocasión.

Yo necesitaba escapar del escenario.  Tenía miedo.  Ya estaba oscureciendo, y lo único en que realmente pensaba era en salvar a la Nicole.  No podía soportar que mientras yo estuviera ahí, paralizado por toda la droga, a ella le estuvieran haciendo sabe Dios que cosas.  Salí de la casa y en medio de la noche vi la cordillera.  Era un espectáculo impresionante.  “Donde termina la montaña… empieza la nieve… escalar la montaña”, pensaba yo.  Estaba divagando, porque aquella visión me parecía particularmente hipnótica.  Me quedé mirando al horizonte mucho tiempo, creo yo, hasta que vi con temor como una nube de gas verde descendía hasta la ciudad.  Dios, creo que nunca ví algo tan terrible en la vida.  La nube avanzaba a paso lento al principio, pero cada vez que alcanzaba a alguna persona, esta se convertía en una especie de bolsa de sangre.  No sabría como describirselo, pero lo que sé es que era horrible.  Yo era el único que podía verlo.  Todos morían, y a nadie parecía importarle.  Era como si la nube en sí fuera de hecho invisible para todo el resto del mundo.  Bien sabía yo que la peor situación era que me alcanzara.  Al comienzo, se trataba de un escenario improbable, teniendo en cuenta la velocidad de la nube.  Sin embargo, pasado el tiempo, la nube, que se fue transformando más bien en una especie de neblina, aumentó vertiginosamente la velocidad y yo no pude escapar.  Me tragó y me vi a mi mismo convertido en un extraño ser, compuesto en su totalidad de sangre y carne flácida y podrida.  No sentía dolor, pero caí rendido en un extraño sueño.  En un extraño deja vu como si estuviera preparándome para morir.

El doctor recordó la historia clínica de Juanito y trató de unir las piezas.  En efecto, este último fue encontrado durmiendo, con la ropa haraposa y destruida, dando espasmos como si sufriera de convulsiones.  El detalle estaba en que el reporte indicaba que Juanito fue hallado en un paraje más bien rural, en un campo lejano a la ciudad.  Podría haber sido que hubiese caminado sin siquiera saberlo hasta allá, mientras seguía alucinando y hubiera caído rendido luego de todo el desgaste físico y ya pasados los principales efectos de la droga.  De todas maneras, la historia continuaba, y se volvía cada vez más extraña.

Me daba miedo.  Porque estaba soñando y no podía despertar.  Es algo que igual me sucedía muy a menudo, y era bastante terrible de hecho.  Habían noches en que soñaba que no podía despertar, y mientras ello pasaba, sentía como si mil pulsaciones eléctricas pasaran por todo mi cuerpo, como si estuviera encerrado dentro de mi mismo y me estuvieran torturando a la vez.  Yo le había dicho a la Nicole alguna vez que si un día no despertaba y caía en un estado de coma, que por favor, no dudaran en matarme, pues yo ya sabía que era lo que me esperaba.

Bueno, esa vez, cuando la neblina me atrapó, caí en un sueño que era como volver al pasado.  Estaba en una fiesta, como a una de las que iba cuando no era aún famoso.  Si, yo se que he dicho que era un tipo solitario, pero a veces iba casi de incógnito a fiestas con el único propósito de robar alcohol.  Esa noche, la cual no podía recordar si existió alguna vez o no, no era la excepción.  Estaba yo mirando como un grupo de adolescentes presumía en frente de unas chiquillas.  Yo los miraba con asco.  Compartían cigarros con saliva, estaban muy ebrios y ni siquiera sabían fumar bien.  Creo que a pesar de todo, eran amigos.  Constituían un grupo grande, y a pesar de que yo percibía la existencia de una especie de continua competencia entre todos ellos, para ver quien era el más genial o algo así, eran como una hermandad.  Habían días en que pensaba que me hubiera gustado tener un grupo así de amigos, como si fueran cosas que valen más que el dinero.  Otros días, lo encuentro un asunto demasiado vulgar.  Aquella vez, yo miraba la situación con asco.  Me obligué a mi mismo a despertar, y lo logré aunque me costó muchísimo.

-Bien - Interrumpió el terapeuta - ¿Fue entonces que te diste cuenta que estabas en el campo?

-Dios, no… - Respondió Juanito - Yo seguía aún en la ciudad.  No podía saber si todo aquello era real, pero le aseguró que yo realmente supe cuando estaba en el campo.  Fue mucho después.  Le juro que yo tenía consciencia exacta de donde estaba y que hacía.  Y aquella vez, luego de despertar del sueño de la neblina, mi cuerpo se regeneró, y me vi cerca de una piscina.  Creo que era una de esas que en esos tiempos era municipal.  No recuerdo ahora en que comuna estaba, pero seguía en la ciudad, y había una piscina.  Mi principal instinto entonces fue buscar ayuda.  Había gente bañándose.

-¿Puedes recordar cómo eran esas personas? - Preguntó el doctor.

-Eran lamias - Dijo Juanito - Lo recuerdo muy bien.  Bellísimas mujeres desnudas, con cuerpo de reptil, que nadaban allí, en plena piscina municipal, como si nada.

El doctor arqueó las cejas, pero no emitió comentarios.
Recuerdo entonces que no tuve miedo, después de todo no sabía que considerar real o no.  Volvió a mi el recuerdo de la Nicole y solo atiné a hacer preguntas.  Que donde estoy, que si han visto a tal persona.  Las lamias me miraron largo rato, tal como si me examinaran.  Yo no supe en ese momento a qué atribuir aquello.  Lo que si se y recuerdo bien, es que yo también las miré, y a medida que iba pasando el tiempo me iba dando cuenta que su figura me excitaba sobremanera.  Como ya dije, estaban desnudas, y además tenían cuerpos perfectos.  No se, yo no soy un tipo al cual las hormonas se le alborotan con facilidad, pero sentía que existía una extraña magia en toda aquella escena que la hacía particularmente sensual.  

Entonces, abrí mi experiencia humana a un sexo tan gratificante que hasta parecía irreal.  Yo sabía, sin embargo, que se trataba de un coito, mas solo al final de este, marcado por una descarga de placer que era como una cercanía a la divinidad, me di cuenta que aquel asunto, que empezó sin siquiera punto fijo, vaya a saber uno; besos, caricias, rasguños, mordidas, era de hecho una experiencia ya conocida.  Llegado un momento especial, no recuerdo exactamente cual de todos, sentí dolores punzantes que dentro de su propio contexto eran como miel agridulce.  Sentía que me enterraban unos colmillos.  Puedo entender que parece una situación extraña, mas para mí era como estar a puertas de una sensación más bien inusual; intimidad.

El doctor recordó esas extrañas marcas, que aún en días presentes se dejaban ver en los hombros negros y en el cuello singularmente largo de Juanito.  Recordó también haber reprendido a un colega, por supersticioso, al haber este mencionado que parecía como si al paciente lo hubiera mordido un vampiro.  ¿Qué era real y que era ficción dentro de esa intrincada trama que parecía más bien un conjunto de delirios fúnebres de una suerte de extraña imaginación afiebrada?  El terapeuta se dio cuenta de que Juanito se había quedado mirando hacia el infinito, sin establecer un punto fijo de destino en sus brillantes ojos.  Recuperó el habla al cabo de un minuto.

- Me dijeron algo antes de morir.

El doctor se confundió aún más que antes.  ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era una suerte de comienzo de un nuevo delirio o más bien la continuación tan sinsentido de aquél ilógico relato?  La respuesta estaba ahí mismo; Juanito relataba de hecho la muerte de aquellas extrañas criaturas; las lamias.

…”No se bien que pasó exactamente.  Las aguas tranquilas de aquella piscina se tiñeron de vívidos colores que mutaban en cuestión de segundos; rojo sangre primero, cuando la mía propia cayó en siniestras gotas luego del dolor sentido en mis hombros y cuello, víctimas del paso irrefrenable de acerados dientes de lamia.  Luego, las aguas se volvieron violáceas, cuando lamia por lamia cayeron muertas, sin mirar siquiera el cruel rostro inexpresivo del verdugo que se ganaron.  Era una criatura que no quiero ni recordar, y que tan solo apareció por ahí para recordarme mi destino y mi sentencia.  Bien sabía yo que era el asunto cada vez más real; se acercaba con mi muerte el amanecer”...

-¿Que le dijeron las lamias antes de morir? - Preguntó el doctor, absorto ya totalmente en el relato, sin siquiera cuestionarse el grado de ficción o realidad de lo escuchado.

-Me ayudaron - Dijo entonces Juanito - Me recordaron que no eran más que simples distracciones, y que la Nicole seguía perdida.  Quizás que cosas le estaban haciendo.

…”La pista era entonces, la piscina y el mismo lugar.  Ninguna institución o alcaldía se podría haber dado el lujo tan vulgar de gastar en algo así.  Me di cuenta entonces que era el fin de un río, la primera de muchas paredes que decían “manantial”.  Era curioso, en ese momento recordé la hipnótica visión de la cordillera, y sentí que aquel viaje que empezaba no era solo una suerte de rescate.  En verdad en una de esas la Nicole estaba bien.  Sabía yo que aquella travesía, era por mi propia vida, y sabía también además donde pasaba un río parecido a aquel.  Para llegar a la nieve, cruzaría aquel pueblito de mi infancia.

El doctor pareció confundirse - No entiendo… - Dijo entonces - … ¿Cómo sabía usted donde tenía que ir? ¿Tenía siquiera una mínima noción de donde estaba en ese momento?

-Es difícil explicarlo - Dijo Juanito - Creo que son esas particulares e inusitadas experiencias que van más allá del lenguaje que hemos construido y de la supuesta realidad que hemos hecho propia.  Usted no estuvo ahí.  Jamás podré explicarle lo que sentía de modo que usted lo sienta de la misma manera.  Tiene que seguir el hilo de la historia, tratando de ir desprendiéndose de sí mismo, de todas sus creencias basales que lo hacen ser lo que es.  Créame que yo realmente sabía dónde estaba y sabía también donde tenía que ir.  Poseía una ligera impresión de todo lo que estaba haciendo, mas lo que no entendía era la conmovedora escena que supuestamente sería el fin de mi aventura.

El doctor miró a Juanito de reojo, y por un momento, se sintió empequeñecido ante su pesada presencia, la cual fue creciendo desde aquel momento en que no podía ni siquiera hablar, hasta que casi de la nada tenía a través de un relato, a un académico totalmente a su merced.

-Volví hasta los lugares comunes de mi infancia… - Juanito continuó con su historia - … Los recuerdos que hacían eco en mí eran como si los estuviera viviendo nuevamente en carne propia.  Una, dos, hasta quinientas veces de ser necesario.  Sin embargo, el lugar donde pasé toda mi infancia ya no era el mismo.  No me refiero a que hayan cambiado algunas cosas materiales, sino más bien a la terrible sensación de que algo aplastó con violencia viejos retazos de una época pasada.  La “esencia” del sitio, ese concepto griego en palabras de Heidegger, había desaparecido para siempre.  Gabble Ratchet era dueño del lugar. 

El doctor se estremeció al escuchar ese nombre.  Sintió que de alguna manera, como si se tratase de un mecanismo inconsciente, todo estaba empezando a cobrar sentido.

-¿Sabe lo que es sentir que un pedazo de uno mismo está muerto? - Preguntó Juanito - Es incluso peor que perder un simple recuerdo, ya que es como sentirse irreal.  Es definitiva, saberse y sentirse fuera de lugar.  Entonces yo nunca crecí en pueblo alguno pues aquel pueblo que recuerdo apenas ya no existe más.

El terapeuta abrió los ojos a la nada.  Se encontraba conmovido, mas trataba de que Juanito no se diera cuenta.

-Aún persiguen a los asesinos de Gabble Ratchet - Dijo Juanito, y luego se detuvo, como esperando una confirmación por parte del doctor.

-No estoy enterado realmente - Dijo entonces el terapeuta, y desvió la mirada como tratando de referirse lo menos posible al tema - ¿Tú sabes… que pasó con él?

-Pues… yo lo maté.

El doctor no dijo nada.  Se quedó mirando nuevamente hacia la pared, con la mirada absorta.  Se sorprendió a si mismo rememorando su propia juventud, con su mochila llena de panfletos adornados con frases de muerte para el dictador de la época.  Recordó que su familia se había obsesionado con la figura de Gabble Ratchet y hasta lo seguían como ejemplo, mas él siempre lo odio profundamente pues estaba hasta el hartazgo de verlo en todos lados.  Aquel tipo era el gran producto publicitario de la época y del sistema mismo.  Siempre exitoso, conduciendo lujosos automóviles en series de televisión, comerciales y hasta películas.

El doctor se había sumergido en sus propios pensamientos y recuerdos, sin pronunciar palabra alguna.  Juanito lo notó, mas siguió hablando.
…”Me encontré con Gabble Ratchet al llegar al pueblito de mi infancia.  Fue una tremenda casualidad.  Estaba solo, por encima de todo, parado en actitud altanera mirando a la planicie que era aquel pueblo, en ese momento ya irremediablemente cambiado.  Yo no le podía ver la cara al tipo, mas sabía que era él.  Lo conocía muy bien, y su actitud era la que cabía esperarse de un sujeto así.  No recuerdo sin embargo, lo que sentí al hacerlo.  Creo que veía todo como si fueran retazos de una película antigua, donde todo se movía lento y entrecortado.  Mis brazos, que sentía como si ni siquiera fueran los míos, y solo los podía ver de reojo, se iban acercando muy de a poco, escena a escena, hasta la figura de Ratchet.  Se hizo añicos al final del acantilado luego de que lo empujé.  ¡Cuanto me reconfortó ver toda aquella sangre desparramada!”...

El doctor sintió que el rostro de Juanito cambiaba hasta volverse irreconocible.  No se trataba sin embargo, de una suerte de fenómeno sobrenatural, sino que era más bien un simple cambio de actitud.  Era como si algo en su interior se hubiera desatado. 

…”Mi error fue sentirme demasiado a gusto con lo que hice.  Recuerdo que me quedé largo rato mirando el resultado de mi obra, y entonces los militares no tardaron en aparecer.  Yo no opuse resistencia.  Me encontraba demasiado aturdido.  He de admitir que el impacto que me produjo el haber matado a ese tipo fue tan grande, que por un momento olvidé todo lo que se suponía era importante para mí.  Incluso me olvidé de la Nicole.  Y es que me sentía extasiado, como si fuera el ejecutor o artista tras una verdadera obra maestra.  Y entonces recuerdo que comenzaron a ocurrir cosas muy confusas”...

El doctor miró a Juanito de reojo como lanzando indirectamente y con la mirada una retórica interesante; “¿Enserio las cosas podían llegar a ser incluso más confusas que todo lo relatado hasta aquel entonces?”.  Juanito continuó su relato, mas esta vez se iba deteniendo de cuanto en cuanto pues se notaba que todo aquello estaba resultando en un ejercicio particularmente intenso para su memoria.

…”Me llevaron a un juicio, a un juicio militar supongo, pues se notaba una suerte de hermetismo siniestro en todo aquello.  Naturalmente, era un salón de juzgados con una arquitectura común y corriente, mas estaba compuesto por muy poca gente, y todos aquellos que estaban dentro vestían con hábitos extraños y usaban antifaces, excepto claro por la gente que se encontraba en “primera fila”, por así decirlo, quienes vestían con trajes típicamente militares.  Definitivamente la escena era como si estuviera dentro de una película de terror”...
…”Ellos sabían todo acerca de mí.  Creo recordar que de hecho, me dictaron una suerte de reseña con datos relevante sobre mi propia vida.  Tengo la sensación también de que se trató de una audiencia larguísima, mas no es mucho lo que puedo recordar sobre la misma.  Tan solo tengo el febril recuerdo de escuchar toda mi vida en los labios de ellos, y luego el impactarme por la delirante condena que me impusieron aquellas mentes siniestras.  Quien lo diría.  Que misteriosos son los caminos de Dios.  Yo que siempre odié su figura, era entonces condenado a ser Gabble Ratchet, el nuevo Gabble Ratchet.  Maldita maquinación que era el reflejo de un sistema inescapable.  Oh, pobre de mí”...

Juanito miró entonces al doctor, como tratando de verificar sus sospechas sobre que este último se encontraba confundido con lo recientemente escuchado.  Y en efecto, así parecía ser.  Ni más ni menos.

-Se que es difícil de entender de buenas a primeras - Dijo Juanito - Pero es la verdad.  Quien sabe cuantos Gabble Ratchet han existido a lo largo de nuestra triste y corta historia como país, tan llena de polarización, odio, resentimiento, y guerras civiles.  Así, Gabble Ratchet no era más que un simple invento.  Una suerte de concepto o idea platónica que hacía particularmente bien a un proyecto político bien delimitado y específico.  La persona en sí, el individuo de “carne y hueso”, por así decirlo, no era más que un títere, y en esos momentos yo estaba siendo obligado a ser parte de aquella macabra sucesión. 

El doctor escuchaba el relato con visible rostro de congoja mientras sus ojos parecían querer arrancarse de sus respectivas cuencas.
…”Me explicaron cada una de las cosas que tenía que decir, y hasta me las anotaron en unas cuantas hojas de papel mientras cientos de rifles me apuntaban y un sinfín de polvos me maquillaban de forma extraña.  Podía ver en el espejo que estaba quedando notablemente parecido a Gabble Ratchet.  Ya no había vuelta atrás”...
…”Y entonces, me vistieron con ropas excéntricas y ahí deduje que me estaban preparando para un asunto realmente grande.  A su vez, todo lo que estaba planeado que yo dijera durante mi primera aparición pública era inusitadamente delirante.  No se cuanto tiempo pasó exactamente luego de haber estado en el tribunal, mas lo cierto es que ni cuenta me di cuando me hallé a mi mismo en una tarima al fondo de un amplio salón repleto de gente, adornado con exóticos y desafiantes emblemas que hacían permanente referencia al nacionalismo y demases justificaciones de guerra igualmente burdas.
…”Y por ello sentía igualadas sensaciones de asco y temor en mi, adosadas con el frío sentir del acero de rifles y otras armas de fuego en mi costado.  Estaba simplemente obligado a actuar si quería ahorrarme cualquier tipo de tormento en esos momentos, y la función estaba por empezar”...
…”La guerra contra el marxismo es real - tenía que gritar entonces - y luego seguía profiriendo más frases que ni siquiera podía entender bien para luego terminar con más sentencias que se quedaban grabadas con el peso del horror dentro de mi confundida consciencia, como no se tolerará ninguna clase de desviación, ya verán como las correcciones serán particularmente efectivas.  Esto es un llamado a la unidad nacional.”
…”Y entonces pasaron minutos, hasta quizá horas.  De todas formas, malditas y tortuosas unidades de tiempo que no podía medir mas sentía con brutal cansancio y desánimo.  No recuerdo cuándo fue que terminó todo exactamente.  ¿Como podría haberlo sabido, de hecho?  Tan solo tengo actualmente la sensación de que mis ganas de escapar de la milicia se incrementaron exponencialmente luego de terminado ese delirante y cruento espectáculo público.  En verdad no tenía nada que perder al intentar huír.  Sentía al amanecer cerca incluso a pesar de que no podía ver de primera fuente al cielo.  Entonces, si tenía que morir, era mejor tener que hacerlo con algo de dignidad, pensaba yo.  El potencial rescate de la Nicole se veía como un asunto ya definitivamente muy lejano, casi utópico, así que de todas formas mi propia conclusión sobre su supuesta inviabilidad me aliviaba un poco.  Era triste no poder volver a verla, mas no parecía haber siquiera otra opción dentro de ese limitado mundo de posibilidades que me esperaban.  Así, tenía entonces tan solo una simple preocupación en aquel momento y de ahí en más; morir defendiendo mi libertad.  Cada vez tenía ya más asumido el asunto de la muerte.  Quizá aquel alucinatorio vaticinio original me lo había hecho yo mismo inconscientemente para advertirme.  El constante abuso de sustancias me estaba pasando la cuenta y al parecer yo junto a mi cuerpo lo teníamos bastante claro.  Del próximo amanecer tan solo cabía esperar la muerte y ya no había nada más que hacer al respecto. 

La puerta del salón en el cual Juanito y su terapeuta se hallaban fue sonoramente golpeada tres veces, de forma muy seguida.  Tal pareció que la entrevista se había extendido demasiado y hasta se había salido de control, tomando forma autónoma en sí misma.  El doctor se levantó e hizo un par de gestos al académico que se encontraba al otro lado de la puerta.  Intentaba comunicarle que el paciente había “recuperado el habla” y que por tanto la idea era no interrumpir la mística que se había instaurado en el sitio.  A los minutos, la quietud y la normalidad del lugar volvió y con ello el relato siguió su curso, dadas las condiciones. 
…”Tenía que encontrar el momento adecuado para escapar.  La verdad es que creo que no fue tan difícil como hubiera creído al principio, lo que no quiere decir que fuera algo así como un camino exento de problemas.  Hice cosas que no hubiera hecho estando lúcido, o encontrandome en otro estado que no fuera sumergido al fondo de tal grado de desesperación fatal.  Tuve que matar.  Matar gente.   Personas de carne y hueso como yo o como usted.  Me movía una extraordinaria fuerza, y no solamente de voluntad, por si se lo está preguntando, pues también mis capacidades físicas se incrementaron.  Movido por ambas fuerzas que pertenecían por entonces al reino de los fenómenos inexplicables y sin clasificación, me fue fácil estrangular y apuñalar con tal de conseguir mi ansiada libertad.  Recibí también en el camino un par de disparos que, estando yo de lleno en el estado descrito, poco o nada me afectaron, pues lo sentí apenas como pinchazos que ni con suerte calificaban como ataques de abejas.  Así que me fuí, y si bien al principio seguía mis instintos e intuiciones del momento como si fuera yo acaso un ratón en un laberinto de laboratorio, pasado un buen rato me di cuenta que, por esas fortuitas casualidades de la vida, volví nuevamente a seguir la pista del manantial que en última instancia desembocaba en aquella suerte de piscina donde las extrañas lamias perecieron tan cerca de mi confundido ser.

-¿Como es posible que todo eso se hubiera dado de tal manera? - Preguntó el doctor, y en su tono de voz y expresión facial se podía leer que ya se encontraba totalmente atrapado por aquella historia, tanto que solo se centraba en aquellos detalles a los cuales el propio Juanito daba énfasis, dejando pasar de forma ligera otras aristas del relato que podrían haber estremecido fácilmente a otro oyente casual, como es el caso, por ejemplo, de los asesinatos cometidos por el protagonista de la aventura.

-No me crea si no quiere - Dijo entonces Juanito en forma de respuesta agresiva - Yo podía sentir que estaba siguiendo el camino correcto.  Es una de esas sensaciones que simplemente no se pueden explicar.  Podía escuchar voces celestiales que me instaban a llegar hasta el manantial, y a diferencia del caso de las lamias, tenía además la certeza de que aquello no era ninguna trampa, pues las voces se hacían cada vez más perceptibles y parecidas a las de la Nicole, y con la Nicole no hay caso, pues es una mujer irrepetible e inimitable.  Ninguna fuerza sobrenatural, en este mundo o en cualquier otro, me podría haber hecho dudar de su propia autenticidad.

Al doctor se le iluminaron los ojos, y dejó sin pronunciar palabra que el relato siguiera su curso natural.
…”Después de mucho andar por cerros y montañas, incluso después de ver la nieve entre mis manos y de contemplar a los nenúfares ahogándose en pequeñas piletas cristalinas, encontré por fin el manantial y la encontré también a ella.  Su voz inconfundible venía y con musicalidad divina desde un bosque que rodeaba las aguas de la montaña.  Pobre de mí cuando me interné en los árboles y no encontré a ningún humano en los alrededores.  Me costó tanto entenderlo.  Después de todo, era un final un poco triste.  Ella misma de hecho, en vista de mi sonora confusión, tuvo que explicarme lo ocurrido con su majestuosa voz que parecía inundar omnipotente la totalidad de aquel mágico valle. 
…”He aquí este bosque - Dijo ella desde algún lugar cercano - que alberga y resguarda el reposo de cientas de almas que murieron luchando.  Si el pueblo permite que la historia se olvide, o que nuestras vivencias no se recuerden, esas mismas memorias si bien no aparecen en los libros de Historia, son talladas a pulso en nuestros propios espacios comunes.  Ya no son estatuas o placas conmemorativas las que se alzan, motivo de la censura, sino casas, plazas, lagos, ríos y bosques, todo lugar en donde un acontecimiento alguna vez cobró vida, y donde el aire guarda cada pequeño recuerdo que la boca por una u otra razón ha tenido que callar”...

Los ojos del doctor brillaban.
…”Me hablaban todos ellos; los árboles, cada uno de los cuales era a su vez transmutación vívida de un montón de sueños que alguna vez murieron de forma violenta.  He ahí los mártires de una filosofía reprimida.  Árboles que guardan memorias, que escuchan y que más de una vez hablan, pues la verdad siempre encontrará un modo de hacerse presente.

El doctor recordó entonces ese inmenso monumento que se hallaba en la entrada del cementerio de la ciudad, que rendía honores a los ejecutados políticos durante una época particularmente oscura del país.  Imaginó luego cada uno de esos nombres, escritos en piedra, hechos semilla al alero de un bosque.  Se le ocurrió entonces que ese sería de hecho un lugar mucho más agradable y simbólico que un cementerio como para ir a ofrecer respetos y recordar a los difuntos.

Entonces, el rostro de Juanito se iluminó, y sus ojos comenzaron de a poco a lagrimear.  No era sin embargo, la mirada de quien recuerda con añoranza algún hecho, sino más bien la de alguien que da mentalmente con una conclusión impactante y conmovedora sobre algún hecho.  

-Ya casi lo había olvidado por completo - Dijo Juanito, y por primera vez desde que había comenzado a hablar, bajó la mirada, en un extraño ademán como si hubiera perdido el entusiasmo.

-Es bueno recordar - Dijo entonces el doctor - A veces, nos creemos más de lo que somos realmente.  Y ser nosotros mismos sin embargo, no nos limita, sino que de hecho nos hace libres.

Fue entonces que los engranajes comenzaron a rodar en perfecta sincronía dentro de la mente de Juanito.  Recordó su odio a Gabble Ratchet cuando este último se adueñó del pueblo de su infancia, cuando fue sentenciado por los militares, y finalmente, dio con los recuerdos que le hacían falta para terminar su relato.
…”El saber que al igual que yo, la Nicole prefería morir antes que entregar su libertad, en cierto modo me enorgullecía.  Era muy triste el saber que no podría volver a sentirla cerca mío, mas por lo simbólica que fue su muerte, supe entonces que ella siempre encontraría la forma de hablarme de la manera que fuese.  Así, la suave melancolía del fúnebre momento final y del haber dejado el bosque atrás me hundió en pensamientos funestos, mas aún así me di el tiempo de mirar hacia el horizonte desde la altura en la cual me encontraba, cerca del manantial.  Ya estaba por amanecer.  ¿Era buen momento entonces para morir y dar sentido a la profecía que me habían revelado extrañas criaturas en el sueño más profundo de mi estado alucinógeno? Quizá ya nada me importaba realmente, y era aquél un buen final para mi historia.   Por un momento de hecho me invadió una sensación de entrega, mas no de resignación, sino que de profunda y armoniosa paz interior. 

Sin embargo, mis pensamientos fueron interrumpidos por una extraña voz suplicante que parecía venir del arroyo más próximo.  Como dije antes, sentía que mi vida se estaba acabando, que en efecto me quedaba poco tiempo, y aquello me producía curiosamente indiferencia para con lo que sea que fuera a experimentar de ahí en adelante.  Sentí en ese momento incluso que si había una persona en el arroyo que necesitaba de mi ayuda, probablemente haría mejor uso de su vida que yo mismo.  No importaba realmente lo que hiciera, y aún así, y a medida que me iba aproximando cada vez más a la voz que clamaba por ayuda, me iba sintiendo a la vez más conforme con la propia auto percepción de mártir que me iba forjando de mi mismo, a pesar de que no sabía con que me iba a encontrar exactamente.  Y es que ni un millón de años se me habría ocurrido que el mundo es un tablero de ajedrez en el cual las piezas se mueven de forma tan precisa y tan cruel.  Esa persona que gritaba desde el río era nada más y nada menos que Gabble Ratchet, y su inusitada aparición se me antojó como si estuviera yo ad portas de una manifestación fantasmal o más bien de una suerte de resurrección, pues su visión no solamente se hallaba adornada con los melodiosos sonidos del caudal, sino que también se dejaba acompañar de vistosos y armoniosos rayos de sol del amanecer, la hora en que según Borges, el mundo se ha salvado una vez más”...

Se produjo un silencio calmo en la sala.  Juanito se quedó mirando por un rato las anotaciones del doctor, como tratando de descifrarlas, y luego pareció percatarse de que al lado de estas se encontraba también una carpeta con hojas que representaban una ficha clínica.

-Entonces Gabble Ratchet, de alguna forma, logró eludir a la muerte una vez - Dijo de pronto el doctor - Pero, ¿Le salvó la vida o lo dejó morir?

-Usted ya lo sabe - Dijo entonces Juanito a la vez que indicaba aquella carpeta que contenía su propia ficha médica, y antes de seguir hablando, sonrió al ver una fotografía suya en una de esas hojas, como si estuviera con ello redescubriendo su propio rostro.  
…”Ayudé a Gabble Ratchet a escapar del caudal del río que amenazaba con llevárselo a merced de la corriente, y cuando lo ayudé a incorporarse, luego de alejarlo un poco más de la ribera, vi como su rostro comenzaba a difuminarse, y entonces recién ahí comprendí la epifanía, esa de que yo habría de morir al amanecer.  Recordé todas las conexiones de aquel sujeto con mi pueblo y con mi historia, y todo cobró sentido al fin.  Su rostro comenzó a aclararse un poco más y al fin tuvo forma definida, aunque esta vez había cambiado.  Era yo.  Siempre había sido yo.  Y siempre entonces había renegado de mí mismo.  Y bien, entiendo con ello ahora por qué estoy aquí encerrado, y puedo comprender también que si bien aquella vez salvé mi propia vida, en efecto, y de forma definitiva, Juanito Laguna murió en ese amanecer.  

Photo by Conny Sandland
"Tekala Falls waterfall waters flow magnets for imagination"
https://www.flickr.com/photos/carworld/3803756884/
Creative Commons





Ascensión y Caída de la Torre de los Cien Años



Una ciudad, cualquiera que sea esta última, es como un ecosistema emergente que debe sus principales características al modo en que interaccionan esos pequeños componentes que se encuentran insertos en la vida urbana.  Así, nos encontramos con relaciones que no siempre obedecen a un carácter simétrico; pues de hecho, el cómo el hijo de la señora Juanita encuentra un modo de expresión artística haciendo grafiti en un edificio, es una consecuencia compleja de toda una historia local que desemboca en un hecho puntual que es tan específico, que claramente no tiene el mismo valor nominal que, por ejemplo, un nacimiento dentro de la familia, o el difícil y en algunos casos, casi imposible camino a la casa propia.  

Así pues, resulta que, en una ciudad, conviven un montón de cosmovisiones y acciones prácticas distintas, algunas radicalmente opuestas entre sí, y, aun así, es posible en algunos casos tomar la esencia del pueblo como macro características que se comparten entre casi todos los habitantes.  Teniendo en cuenta que todos ellos nacieron y se criaron en un mismo lugar, no es difícil que este fenómeno ocurra.  Tengamos en cuenta que nuestra propia personalidad está entrecruzada por una increíble diversidad de elementos culturales locales, precisamente del lugar en el cual nuestro cerebro se fue desarrollando.  

La historia que les quiero relatar a continuación habla de las particulares características compartidas por los habitantes de una ciudad muy especial, mas para ahorrarnos problemas por lo inquietante o traumática que puede resultar la historia para algunas personas que la vivieron en carne propia, nos referiremos al poblado con un nombre ficticio, bastante pintoresco por decirlo menos; “Ciudad del Sol”.  La arquitectura y el paisaje general de Ciudad del Sol era una bellísima postal que servía prácticamente como ejemplo para cualquier lugar que quisiera ganar unos cuantos ingresos en base al turismo.  Resultaba que, si uno se ponía a observar la ciudad desde el cerro que la delimitaba, se podía dar cuenta que la forma global en que se distribuían las edificaciones formaba una Campana de Gauss casi perfecta.  Es decir, al oeste recién iba naciendo la ciudad, con pequeñas casitas de uno o dos pisos que recién al ir moviendo la vista hacia el este iban creciendo en altura, y así llegaban hasta un punto casi al centro del paisaje en el cual se alzaban edificios particularmente altos, para luego ir desembocando en otro conjunto de casas pequeñas en el extremo este del lugar.  Resultaba una imagen especialmente conmovedora. 

Lamentablemente, no todo es eterno, y así, una rupturista construcción llegó a amenazar la perfección urbanística que era la ciudad.  Los políticos la llamaban; “La Torre de los Cien Años”, un edificio que más que una obra arquitectónica, era una pieza de arte, casi una escultura.   Claro que todo aquello no eran más que promesas de campaña, poco interesantes o trascendentes, pero pequeños enunciados, al fin y al cabo.  Ciudad del Sol estaba pronta a cumplir cien años de historia, y las autoridades locales no paraban de hablar sobre los festejos y actividades culturales.  De pronto, todos los problemas sociales que eran tan comunes en ese lugar y en esos tiempos especialmente, habían desaparecido en pos del consumismo inherente a las fechas conmemorativas importantes.  No miento cuando digo que todos los habitantes parecían haber perdido la memoria, dejándose guiar por discursos de un pasado neutro, que poco tenía que ver con el presente apremiante.   Y así, la Torre de los Cien Años pasó de ser un proyecto algo utópico sobre construir la estructura más alta de la ciudad, a ser un proyecto comercial privado.  Al poco tiempo de ser construida por el alcalde anterior a las elecciones, que se apropió de una de las ideas de un aspirante al sillón municipal, fue concesionada a una empresa multinacional extranjera, víctima de un cambio de mando en el gobierno local que destruyó el materialismo y simbolismo ideológico del periodo anterior.

La Torre de los Cien Años pasó a llamarse “Sun Tower Mall”, y gozó de una particular fama al ser una obra especialmente controvertida y polémica, y es que era flanco de críticas que venían de todos los lados posibles de la sociedad.  Algunos lo consideraban un proyecto innecesariamente pretencioso, que ya había dejado de tener sentido desde que se vendió.  Otros, complementando esta última idea, planteaban que se trataba de una monstruosa obra que era más bien una oda al capitalismo desmedido, que arrasaba con todo lo que se encontraba en el camino.  Por último, y también haciendo eco de las demás declaraciones, algunas personas lo calificaban como un desastre arquitectónico e ingenieril, ya sea por la elección del suelo en el cual fue edificada, por la elección de los materiales de construcción (principalmente fierros bastante arcaicos), o incluso por la destrucción que significaba para el paisaje general de la ciudad.  Parecía como si la torre estuviera completamente fuera de lugar, como si no perteneciera y no encontrara suelo adecuado.  Era como si de pronto, se hubiera trasladado un descomunal edificio de otra ciudad con una grúa gigante y se hubiera dejado caer en Ciudad del Sol, aplastando todo lo que podría haber debajo. 

El barrio en el cual se encontraba ya erguida la torre, era a su vez, un sitio patrimonial histórico lleno de devenires, particularmente rico en significado.  Las pequeñas comunidades de pobladores que habían dado parte de su idiosincrasia en pos de la construcción de una identidad local, se habían criado allí.  Mas nada de eso pareció importar al momento de construir la torre.  Tal como el dinamismo social, que es un fenómeno tan común, pero del cual es difícil darse cuenta cuando comienza su gradual proceso de transformación, se podría decir que la ciudad ya había perdido hacía rato su identidad característica y a nadie parecía importarle.  Era como si nadie se hubiera dado cuenta, como si toda una generación ancestral hubiese muerto producto de una devastadora peste, sobreviviendo solo los herederos, ya desmemoriados y sin historia tras ellos. 

Una nueva época pareció naturalizarse en Ciudad del Sol; era como la llegada de la Modernidad, concepto antiquísimo, pero históricamente aplazado en lugares apartados como ese.  Ahora todos los habitantes del lugar se sentían parte de una misma masa alienante de personas increíblemente vacías y plásticas que se extendía a lo largo de todo el globo terráqueo.  Siempre a las nueve de la mañana sonaba el mismo inquietante sonido de alarma en el Sun Tower Mall; era la hora del desayuno, momento en que largas filas de consumidores se apilaban para gastar su dinero en las supuestas “promociones” del “patio de comidas”.  Lo curioso, en todo caso, era que esta alarma no había sido instalada por ningún ejecutivo, funcionario o trabajador del mall, sino que era más bien un extraño fenómeno emergente que se daba debido a que, por esas casualidades de la vida, todos los sujetos que concurrían al mall lo hacían guardando las mismas normas horarias.  Sabían todos por igual el tiempo exacto en que tenían que llevar a cabo cada una de sus actividades cotidianas, y guardaban pequeños recordatorios sonoros en sus celulares como si fuera acaso esa rutina un asunto novedoso, que de tan complejo ni siquiera podía incrustarse en la memoria de nadie.  Así, todas las alarmas sonaban a la misma hora causando un bochinche infernal, siempre a las mismas alturas del día, durante todos los días del año; a la hora de desayuno, de entrada al trabajo, de almuerzo, de vuelta al trabajo, de salida al trabajo.  Era un fenómeno completamente normal en el lugar, mas para cualquier forastero que se apareciera por allí era más bien como una representación tragicómica del infierno de Dante, saltando abismalmente de círculo en círculo cada vez que sonaban las malditas alarmas.

En el último piso de la torre se ubicaba un conjunto de oficinas que pertenecían a distintas empresas, en su mayoría multinacionales.  Era fácil deprimirse al entrar a esas dependencias pues el ambiente gris y lleno de humo, sumado a los rostros inexpresivos, constituían una de las escenas más tétricas que persona alguna pudiera llegar a imaginarse.  También a su vez, parecía que ese ambiente viciado de triste conformismo chorreaba a los pisos inferiores de la torre, pues toda la gente que pasaba por allí, con sus alarmas programadas a la misma hora, parecían igualmente infelices incluso a pesar de ocasionales sonrisas que podían verse en sus rostros cuando estaban acompañados o cuando compraban ropa de marca.

Daniel trabajaba ahí, en la torre de los cien años, como jefe del departamento de recursos humanos de uno de los restaurantes de comida rápida que operaba en los últimos pisos del mall.  Decía que le gustaba su trabajo, aunque no tenía ningún punto de comparación pues nunca en su vida había trabajado en otra cosa.  Decía también que la comida del restaurante era un asco, y que, aunque aquello estaba fuera de su control, no podía hacer menos que sentirse indignado.  De todas maneras, nunca se había quejado ante sus jefes, en parte porque no los conocía, en parte porque ya estaba demasiado ocupado.  En verdad ni siquiera era asunto suyo el susodicho tema.

-Uno de estos días, me van a explotar los putos tímpanos al sonar esas alarmas de mierda - Solía decir Daniel a sus compañeros de trabajo siempre que un terrible bochinche en el mall les interrumpía su aburrida conversación de la hora de almuerzo.

-Ojalá también te explote la puta boca para que dejes de tirar mierda todos los días - Le respondía casi siempre Julio.  Este último era algo así como el “mejor amigo” de Daniel dentro de la poca gente que conocía en el trabajo.  Y si bien a juzgar por esto, el comentario podría haber sido parte de un diálogo de amigos cercanos que solo quería molestarse un rato, la verdad es que ha medida que pasaba el tiempo parecía que Julio lo iba diciendo cada vez más enserio, como si la rutina hubiera dejado de ser graciosa y se hubiera mostrado tal como realmente era; una realidad dura, pero correcta.

Resultaba que en verdad a ningún oficinista le habría gustado trabajar en el Sun Tower Mall.  Si de casualidad e infortunio le hubiera tocado a algún empleado ser parte del grupo de trabajo que oficiaba en ese lugar, este sabía que se trataba de una sentencia de muerte.  Todo en aquel lugar era gris, y las ganas de escapar se respiraban en el aire, al igual que la pesadumbre era asunto del diario vivir.  Para Daniel era un asunto bastante curioso que el ventanal que a la vez servía de techo para las oficinas fuera de vidrio, pues parecía que todo el  terrible calor que a diario golpeaba a los empleados era producto de esto.  El sol solía posarse justamente por encima de ellos todos los santos días, y la sensación de agobio se volvía insoportable. 

Así, un día que parecía ser como cualquier otro, sin ningún detalle particularmente interesante en el horizonte, Daniel sintió que el calor ya excedía todo límite humanamente soportable, y totalmente convencido de que simplemente no se podía trabajar bajo esas condiciones, decidió ir a hablar con el jefe de personal.

-Oye, el clima está exactamente igual que cualquier otro día de esta semana - Dijo este último a Daniel - Fijate que eres el único que está reclamando por un detalle tan estúpidamente insignificante.  
El tipo tenía un punto a su favor.  Aparte de Daniel, a nadie más parecía importarle este asunto del clima.  Todos estaban ocupadisimos trabajando en sus computadoras, y cuando al fin apartaban la vista de los monitores, y si por esas casualidades de la vida llegaban a cruzar miradas con otras personas, los temas de conversación no podían llegar a ser más triviales y estúpidos aún.

-Es una linda muchacha - Decía Julio, el “mejor amigo” de Daniel - Realmente muy linda.  Como le haría un buen…

-Oye, ¿No te parece que hace un poco de calor? - Le interrumpió Daniel.  Estaban charlando durante la hora de almuerzo.

-Si, pero hace el mismo calor de todos los días - Le respondió entonces Julio - Nada nuevo bajo el sol.

Daniel estaba cada vez más seguro de que se estaba percatando de algo que solo él podía observar.  Era como si todo el mundo se hubiera vuelto loco, o como si de repente él mismo se hubiera curado de una locura en la cual estuvo inserto durante mucho tiempo, y estuviese entonces presenciando una epifanía fugaz.

-Voy a ir a la farmacia - Le dijo entonces Daniel a Julio - Creo que me estoy sintiendo mal.  Trataré de volver antes de que termine el almuerzo.

Nadie tenía que salir del Sun Tower Mall para ir a un cine, a una farmacia, a un supermercado, o incluso a una plaza.  Era un lugar que parecía hasta público a pesar de sus rejas, sus guardias y sus miradas inquisitivas a todo aquel que se saliera un poco de la norma, ya sea de andar, de vestir, o de hablar.  Antiguamente existían en Ciudad del Sol numerosas plazas y puntos de encuentro que servían a la contingencia local.  Allí se organizaban reuniones, juntas de vecinos, o simplemente grupos de amigos que querían pasar un buen rato compartiendo, ya que guardaban entre sí intereses comunes que nacían de su propia idiosincracia local.  No eran amigos porque fueran vecinos, sino que eran cercanos porque el mismo hecho de ser vecinos, los empapaba de una cosmovisión en común que movilizaba sus propias actividades y pensamientos, constituyendo una propia forma colectiva de ser, o una bien determinada identidad de clase.  Ahora, con la llegada de estos centros comerciales tan parafernalicos, toda esa contingencia se había perdido y toda la gente se reunía en torno al consumo.  Sin un capital que te garantizara poder gastar no solo en lo indispensable, sino también en moda o entretenimiento, simplemente quedabas marginado de la sociedad.  Ni siquiera tenías tema de conversación.

-Fiebre - Daniel había comprado un termómetro en una de las tantas farmacias que se ubicaban dentro del mall - Ahora se lo que tengo -  El termómetro marcaba 40 grados.  Parecía una situación peligrosa.

Así, Daniel fue inmediatamente a buscar sus pertenencias a su oficina, convencido de que se encontraba gravemente enfermo, y de que específicamente algo en aquel lugar, en aquella torre que por más espaciosa que fuera, no hacía más que producirle claustrofobia, lo estaba enfermando de manera gradual.

Sin embargo, al hombre se le hizo muy largo el camino hasta los últimos pisos de la torre, donde se encontraban las oficinas.  Desde la farmacia, tenía que subir aproximadamente la mitad del edificio para llegar al final, y mientras lo hacía, iba sintiendo como su andar se volvía cada vez más pesado y difícil, y como la realidad y los rostros que lo rodeaban se iban desfigurando hasta lo indescriptible.
Era como si de pronto se hubiera trasladado hacia un nuevo y extraño mundo en el cual ya no tenía ninguna certeza lógica o física sobre su funcionamiento.  Podía ver como la gente corría y saltaba de un lado a otro, a menudo dando brincos y acrobacias que eran físicamente imposibles de realizar.  Era todo en su conjunto un gigantesco pandemonio desatado en la tierra, y específicamente en aquel lugar.  Aparte de las imágenes confusas, parecía que el sonido también se estaba rompiendo, pues no tenía ninguna relación con las imágenes que se dejaban ver en aquel espacio.  Durante algunos momentos, el silencio reinaba, y luego se escuchaban explosiones, sin ninguna razón aparente, para luego  pasar a voces aparentemente humanas que repetían galimatías sin cesar.  En vista de que ninguno de estos sonidos tenía fuente clara, pues respondían a una confusión visual muy difícil de procesar, se podrían haber clasificado como psicofonías.  Daniel creía que venían de su propia mente, y que en verdad nada de aquello era real.  Incluso cuando comenzó a distinguir ciertas palabras de entre toda la maraña de vocablos indescifrables, tales como FIEBRE o AUXILIO, siguió pensando que todo aquello que percibía era una alucinación provocada por su propio desequilibrio interno.  Podía sentir como con el paso del tiempo, el cual por cierto tampoco podía ya siquiera cuantificar, sus iniciales 40 grados de fiebre iban aumentando vertiginosamente.  Así estuvo un tiempo entonces, tratando de tranquilizarse, mientras se repetía a sí mismo que nada de aquello estaba realmente sucediendo allí afuera.  Con tales pensamientos llegó hasta el piso de las oficinas, y allí fue donde toda la situación tomó una nueva forma.  Resultó que se le acercaron varias personas, todas ellas compañeros de trabajo que podía reconocer perfectamente, a hablarle de manera inquietante.  Era una escena particularmente surreal.  Sintió que todas esas personas le estaban pidiendo ayuda, como si fueran víctimas igual que él de un terrible mal que empapaba todo el espacio.

-No puedo más con la fiebre - Daniel vio como Julio se acercaba a él y apoyándose con mucha dificultad sobre su hombro, como si estuviera a punto de desmayarse, le decía estas últimas palabras con gran esfuerzo - Tenemos que salir de aquí.

La pesadilla, al menos en parte, era real.  Un pequeño lapsus de raciocinio entre el caos llegó hasta Daniel y se dio cuenta que si bien, ninguna de las escenas que estaba viendo eran literalmente reales, al menos la situación y el problema de fondo si lo era.  Tomó sus cosas, y junto a Julio, salieron por un extenso pasillo para llegar a una puerta que demarcaba el fin del espacio de las oficinas y que llegaba directamente a las escaleras internas del edificio, aquellas que eran como la salida de emergencia y que decantaban en los estacionamientos.  Allí fue cuando ambos, Daniel y Julio, vieron con horror como una horda de seres extraños se dirigían hacia ellos.  Eran como seres humanos normales, mas tenían la piel anormalmente rojiza y daban pasos de manera enfermiza, como si tuvieran las piernas rotas y agonizantes.  Así, la reacción innata de los compañeros fue huir de aquellos seres, corriendo escaleras abajo, mientras rehuían también de sus propios pensamientos, que buscaban de manera incansable pero infructuosa alguna explicación lógica a todo lo que ocurría.  La pesadilla era cada vez más terrible a medida que se volvía más clara.

-¡Daniel! - El hombre aludido se repetía a sí mismo una y otra vez que aquellas voces no eran reales.  Nadie lo estaba llamado en verdad.  Esos seres no eran más que alucinaciones.  Se trataba en todo caso, de imágenes vívidas, pero de todas maneras, no eran más que situaciones imaginarias.
Estaban en la mitad de la torre.  Le llevaban a las criaturas rojizas aproximadamente dos pisos de ventaja, y entonces, sin previo aviso, escucharon una especie de estruendo que removió todo lo que era el lugar, como si fuera una explosión.  Llamas rojizas que aparecieron a los lados de los pasillos y las escaleras se impregnaron a la piel de las criaturas extrañas, solo que esta vez, también lograron alcanzar a Julio.  Daniel vio la escena con una suerte de temor paralizante.  No podía creer lo que estaba presenciando.  Era como si al fin, toda aquella escena hubiera cobrado sentido y se hubiera hecho, después de todas las conclusiones erradas, real a pesar de todas sus deformaciones.  Alguién estaba atacando al edificio.  Era como un atentado.  Las explosiones, el fuego, las criaturas extrañas que eran en verdad personas que se quemaban.  Todo aquello cobró al fin sentido.  Julio se tiró al suelo tratando de escapar de las llamas, mientras gritaba de dolor.  A su vez, Daniel no sabía que hacer.  Ver a todos sus compañeros sufriendo de esa manera tan terrible lo tenía acongojado, mas no atinaba a hacer nada.  Recordó que había comprado un termómetro hacía tan solo unas horas.  ¿O habían sido minutos?  El tiempo se había deformado de tal forma que ya no podía tener ninguna certeza sobre este último.  De todas maneras, el termómetro seguía allí.  Daniel estaba cansado de correr escaleras abajo.  Tal como si se tratase de un momentaneo lapsus de razón entre el caos, se tomó la temperatura como tratando de comprobar una letal idea que había surgido en su cabeza.  Tenía 41 grados de fiebre, y el calor sofocante allí en la vía de evacuación no hacía más que empeorar.  Un grado más y su cerebro dejaría de funcionar.  Abrazó entonces a la muerte como un dulce escape de aquel infierno, y aprovechó sus últimos momentos para ver como sus compañeros, ya irreconocibles entre el humo y las llamas, se incineraban hasta desaparecer.  Él tenía entendido que aquella escena era un poco fantástica, pues veía como algunas personas se hacían polvo en segundos.  Era como una alucinación, pero en su estado era totalmente factible, y por tanto no tenía ninguna importancia.  Se encontraba en un estado en que teóricamente nada tenía sentido, mas por un placentero instante que pareció eterno, Daniel se sintió ajeno a todo ello, y se vió a si mismo como un ángel que ya no podía sentir su propio cuerpo, y hasta disfrutó de la perturbadora escena que eran todas aquellas personas, cuerpos que antaño se erguían orgullosos de sí mismos, llenos de vigor e ideas, desintegrándose y convirtiéndose en nada.  Era la fragilidad de la vida un asunto curioso, mas también conmovedor, casi poético.  El lenguaje humano no puede describir con palabras certeras tal espectáculo.  Va más allá de nuestro propio conocimiento convencional.

La Torre de los Cien Años cayó con un estrépito que parecía dar inicio al apocalipsis, o como si se abriera la Caja de Pandora.  El caos se instaló en los alrededores, mas muchos expertos estuvieron de acuerdo en que la situación pudo haber sido mucho peor, ya que el derrumbe pareció ser una demolición controlada, tal como si se debiera a implosiones estratégicas, hablando en términos técnicos.  De todas maneras, estas no eran más que especulaciones derivadas de la observación de la catástrofe.  El hecho en sí se convirtió de inmediato en un misterio bastante críptico, y las denuncias póstumas y las leyendas urbanas no tardaron en aparecer.  Se dijo que el lugar concentraba una temperatura interna que producía hipertermias que decantaban a su vez en golpes de calor abruptos y violentos.  A nadie le parecía que esto último pudiera ser muy verosímil, pues era difícil de creer que nadie se hubiera dado cuenta o hubiera sufrido enfermedades graves a causa de ello.  Sin embargo, también fueron los testimonios los que se abrieron paso después de la tragedia.  Muchas personas que visitaban periódicamente el Sun Tower Mall declararon haber sufrido fuertes fiebres, mas ninguno de ellos pensó en primera instancia que esto se podría haber debido a la visita al recinto.  Como para rematar la psicosis pública que significó el evento, se descubrió mucho tiempo después que ningún funcionario regulaba la temperatura del lugar, y que ningún tipo de aire acondicionado funcionaba allí. 

De la caída de la torre se registraron más de dos mil muertos, y significó también toda una re urbanización de la ciudad.  Las empresas privadas que gestionaban el edificio fueron llevadas a juicio por negligencia y por todas las muertes ocurridas.  Luego de un tiempo, Ciudad del Sol se convirtió en un mal lugar para invertir y el suceso se fue olvidando de a poco, sin que se hiciera realmente justicia para las víctimas.  Hasta el día de hoy, la caída de la torre sigue siendo un misterio, y la infinidad de historias que surgieron del acontecimiento, referidas a supuestos “lugares que causan fiebre”, o “dobles ventanales de aluminio que aumentan la temperatura”, sirvieron de guía para futuras construcciones en el lugar, y a su vez se impregnaron para siempre en la memoria colectiva local, a pesar de que los medios le fueran restando importancia al evento.  De todas maneras, el hecho marcó un valioso y trágico precedente para que nunca más el pueblo se convirtiera en un puñado de ovejas que van contentas al matadero, teniendo siempre como referente aquel faro de luz gris; “La ascensión y Caída de la Torre de los Cien Años”.


Photo by Daniel Garcia

"fireball pretty"
https://www.flickr.com/photos/focalintent/1332955660/
Creative Commons