"Larga vida al rey en su cumpleaños"; dijimos y luego nos fuimos de la casa, sucios, borrachos y cargando cualquier mamarracho que luego se pudiera vender para tener algo de comida. Nos fuimos a vivir bajo un puente. Puente que se alzaba en un extenso parque cercano, que en sus días de gloria estuvo lleno de vagabundos, pero que de un día para otro comenzó a apestar a sanidad y a hierbas finas. Nosotros volvimos a bañar de oro los pequeños ríos de ese lugar, e hicimos fogatas nocturnas improvisando una guitarra con restos de madera y alambres de dudosa procedencia. Fueron los días más felices que podrían haber florecido luego del cumpleaños del rey. Las fiestas reales siempre eran engorrosas, y a duras penas las podía soportar año tras año.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZK0-CMua5N8bnI4mQgupvFTAihK5LgK3kzV8Ikur8kxAXUhBcpCl70aesQRI9Cyo2TiRDUUHQ3daxbeZYXSYteQ6J92wS7e9Xp6fJMrV7IEGGdnuilGxSBYtg03vFJwIaNtiMh2fMqENj/s320/Parricidio.jpg)
Lo único que hice fue mostrarle que no tenía ya necesidad de ser esclavo, que prefería ser campesino o un simple paje siempre y cuando pudiera hacer fogatas o improvisar guitarras bajo un puente. Mi inventiva y mi particular y hasta a veces irreal optimismo me acompañaría a todas partes y eso era lo único que necesitaba para sobrevivir. El rey no pudo hacer nada; era de hecho el último bastión que quedaba en pie de un sistema ya caduco. Nadie más podía estar de acuerdo con lo que decía, incluso aunque fueran a sus fiestas como simple acto de presencia sin compromiso.
Así que el rey murió de pena.
Larga vida al rey en su último cumpleaños.