Maldigo este tonto arte de escribir
por no saber bien qué decir en voz alta.
Es como estar constantemente atragantado con un hueso humano demasiado
grande y macizo como para siquiera ser partido de forma alguna. Te empieza a doler la boca, y sangran tus
encías de tal forma que no puedes dejar de odiar, como buscando alguna manera
de sublimar toda esa rabia por no poder liberarte. Y ni hablar sobre que constantemente te dicen lo fácil o lo lindo que es; escribir, embellecer los discursos, improvisar
sobre las mismas palabras. Y luego esas
mismas personas se acuerdan de todo lo que queda por luchar, o de lo injusto
que es el mundo, pero ya le quitaron el peso político al arte. Ahí está este hedonismo cultural, donde todas
las maquetas o libros fueron producidos en un laboratorio con el mismo rostro
blanco y feliz que te dice que todas esas obras son para el goce; que las
emociones se deben controlar y que solo la alegría es una forma de resistencia
ante la opresión.
Tengo en cierto modo este don que
no he querido ocupar bien porque la industria y el mundo han cambiado. Me crié con ciertos textos que fomentaban
todo lo que ya ha dejado de ser fomentado, y han aparecido nuevas formas de estancamiento. Se promueve de todo menos las fusiones, las
líneas discontinuas. Todo es bien
progreso o nihilismo. No parece haber un
punto medio. Así que, si me tengo que
rendir, prefiero rendirme siendo sincero.
No puedo ayudar a nadie si no me ayudo a mi mismo. Y no puedo escribir poemas si no soy primero
crudo y directo con mis ideas. Así que
aquí va; estoy enfermo, y no me quiero mejorar.
El problema es que uno siempre está enfermo con relación a cierto parámetro
de sanidad. Yo no estoy de acuerdo con
estos parámetros; me parecen paradójicos.
Prefiero hasta morir solo.
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